miércoles, 30 de enero de 2013

Tiempo al Olvido (Parte II)


-Ian – exclamó por tercera vez, más fuerte y más claro que las dos anteriores, al separar nuestros labios, y entonces vino lo peor.

      Ante la mención de mi nombre, algo pareció golpearlo nuevamente por dentro, algo terriblemente doloroso, pues comenzó a gritar de forma desesperada y suplicante. El pánico me invadió por completo, y caí al suelo junto con él, sin moverme, y creo que a esas alturas había olvidado como respirar. Me tomo un par de segundos reaccionar, pues me encontraba terriblemente asustado, sudando, pero no podía dejar a Franco así, no después de haberlo recuperado. La impaciencia de apoderaba de mí, mientras sujetaba a Franco y trataba de mantenerlo quieto. Tranquilo – le decía – tranquilo, no me dejes ahora Franco, no ahora, no después de esto. Le rogaba, suplicaba, entre lágrimas de rabia y dolor. ¡Ayuda! Gritaba con todas mis fuerzas, pues era incapaz de levantarme, no con Franco retorciéndose entre mi abrazo, no podía dejarlo ahí e ir por ayuda, no podía dejarlo sufrir, no como la vez anterior.

      Por suerte, Matías y Nicole habían salido a buscarnos, pues aparentemente fue un gran rato el que nos ausentamos. Cuando me vieron de rodillas en el suelo, con Franco en su regazo, llamaron de inmediato a la ambulancia, mientras les avisaban a los demás. De un momento a otro noté como le tomaban, arrancándolo de mí, colocándolo sobre una camilla; al menos ahora ya no gritaba, pero de alguna forma había comenzado a sangrar, a descomponerse, tal como aquella vez. Luché contra lo que sentí eran cientos de brazos, solo para poder estar a su lado, pero la voz de Alex me paralizó en un segundo: ya has herido a Franco lo suficiente, Ian, solo déjalo en paz. Y era verdad, Ya había causado mucho daño en su vida como para tratar de entrar en ella una vez más; simplemente era algo que no merecía.

      Cuando ocurrió aquel evento, el doctor nos había explicado que la recuperación de la memoria de Franco no sería un proceso simple ni corto, y podría tardar incluso años, eso si es que llegaba sus recuerdos totalmente. Sólo nos pidió que le diéramos tiempo al tiempo, y no forzáramos nada, pues con el tiempo, todo volvería paulatinamente, a su lugar de origen. Y así fue, sin embargo, había una pieza en el rompecabezas de la vida de Franco que nunca encontró la forma de regresar, tal vez por el fuerte deseo de él por olvidar, o quizás porque simplemente aquella pieza no hacía más que arruinar el rompecabezas entero, simplemente porque no encajaba en él; nunca había estado destinada a encajar. Ahora, nuevamente en el hospital, se había confirmado el consejo del doctor, de no forzar nada en Franco, ni siquiera en la más mínima forma. Y yo, ingenuamente, le había provisto la ocasión especial para que su memoria decidiera jugarle una mala pasada, o un recordatorio de porque las cosas estaban así en primer lugar. El haber visto a Franco nuevamente en la playa me encandiló, y si hubiera sido más fuerte o más consciente, habría previsto el daño que le he causado ahora. Por suerte, el doctor dice que solo fue momentáneo, y era improbable que ocurriera otra vez, pero antes de que pudiera sentir alivio, el médico pidió un par de minutos conmigo a solas.

-          Ian, puedo notar, que a pesar de todos estos años, no has podido a sacar a Franco de tu cabeza ni de tu corazón, a pesar de que él lo hizo contigo.

Sus palabras me impactaron en lo profundo, no por lo duras, si no por lo verdaderas que eran, y por lo terrible que deseé que todo esto fuera un mal sueño.

-          La reacción de Franco se debió principalmente a un momento de debilidad, en que se encontraba en total calma… cerca del causante de su colapso en primera instancia – indicó, mirándome tristemente, pero hablando con firmeza, pues no podía disfrazar la realidad para hacerla menos cruda – Su cerebro no se ha recuperado al cien por ciento, y es difícil, como te dije un tiempo atrás, de que algún día se encuentre en perfectas condiciones.
                Asentí lentamente, tratando de mantener la mirada, su mirada, que anunciaba una mala noticia.
-          Al reconocerte a ti, su cerebro se mantuvo estable durante un par de segundos, pero se descompensó tan rápido que apenas le dio tiempo a Franco de producir algunas palabras, como tú lo mencionaste – agregó, mientras su voz sonaba en mi cabeza una y otra vez: Ian, Ian, … Ian  - Ahora bien, esta realización activó la parte de su cerebro que sufrió gran parte del daño, por ende, el tratar de hacer funcionar aquella sección otra vez le costó un gran trabajo mental, lo que desencadenó en una migraña terrible, ocasionando luego un colapso nervioso.
                Aunque le prestaba atención al doctor, toda su explicación se resumía en una sola cosa para mí:              dolor.
-           Ian, ¿entiendes ahora porque les pedí, especialmente a ti, que no forzaran nada para que Franco lograse recuperarse? – preguntó con tono paternal, tratando de hacerme entender en vez de regañarme – Cuando Franco atentó contra su vida, lo hizo con un solo objetivo: liberarte de tu sufrimiento y eso te consta. Afortunadamente, no logró su cometido pues tu lo encontraste a tiempo, pero, de alguna forma, al recuperarse, su cerebro suprimió toda clase de recuerdo que te involucrase, para que Franco no volviera a intentar suicidarse otra vez. Sé que suena difícil de creer, pero como te explique aquella vez, su instinto primó sobre sus sentimientos, pues el ser humano no es suicida por naturaleza. Pero Ian, de cualquier manera, esto es de lo que yo temía tanto que ocurriese. Franco no puede pasar por esto otra vez, porque su vida se consumiría poco a poco, y eminentemente, su cerebro no funcionará ni a la mitad de su capacidad de ahora, y eso tampoco es mucho decir. Ian… lamento decir esto, pero no puedes ver a Franco nunca más.

Eso fue todo, las palabras de mi sentencia.



     



martes, 29 de enero de 2013

Tiempo al Olvido (Parte I)


De alguna forma, sabía que este día llegaría, tarde o temprano. Debía ocurrir, pues la vida no es un cuento con final feliz, al menos no para mí. Cerca de la fogata que hicimos en la playa, el escenario se presentaba alegre y aún así mi sonrisa no expresaba total gratitud, en comparación a la tuya, que parecía hecha por el brillo de las estrellas, que vigilaban nuestro no tan azaroso encuentro. Sería difícil negar que este es el último lugar en el cual me gustaría estar, pues el poder verte ya es un cierto tipo de alegría, una alegría dolorosa, pero alegría al fin y al cabo. Si tú quisieras, podría estar cobijándote bajo mi manta, pues por más verano que fuese, el frío de las 2 de la mañana no era algo totalmente tolerable. Sin embargo, escoges arrimarte al alma más cercana a ti, en vez de concurrir a quien se encuentra al frente tuyo. Tal vez sea lo mejor, pues la separación de nuestros cuerpos podría llegar a dolerme más que la vez anterior, inclusive mucho más que aquella mañana que te encontré en el piso, junto a un papel arrugado a tu lado. El viento veraniego, pero no menos frío, se pasea suavemente por las arenas, levantando un poco de polvo, elevándolo hacia el cielo y sepa Dios donde más. La brisa despeina nuestras cabelleras, y en un descuido, tu cicatriz queda al descubierto por un par de segundos, paralizándome al instante. Una ola de recuerdos azota mi cabeza, y ya comienzo a marearme, entonces decido levantarme y recorrer un poco el lugar, pues no me gustaría otro episodio. Lentamente, me deshago de la manta y doy media vuelta, cuando tu voz, que nunca ha perdido ese toque tierno y gentil, me pregunta:

-          ¿A dónde vas?

 Volteo hacia ti, observando tu curioso rostro, con esa inquisitiva mirada a la cual nunca le pude mentir.

-          Quiero caminar un momento, eso es todo.

Inmediatamente, bajo mis ojos, pues no puedo mantener el contacto visual por demasiado tiempo, no después de haber divisado por breves instantes la muerte en los tuyos.

-          ¡Te acompaño! – exclamas entusiasmado.

El terror se apodera de mi en el momento, quisiera decirte que no, que prefiero estar solo, pero                           tu compañía me ha hecho tanta falta estos últimos años, tan acostumbrado que estaba a tus caricias, tus dulces besos y aquellos calurosos abrazos que hacían parecer a mis problemas nada más que pequeñas piedras en el camino. Entonces, dirijo rápidamente mi mirada entre los demás, Rodrigo, Alejandra, Matías, Francisca, Nicole, y… Fabián, quizás el que ha sufrido tanto como yo. Entre ellos intercambian miradas de preocupación y evidente temor, entonces Alex, que se encontraba algo más apartado, dijo:

-          No te preocupes, Ian, es solo un paseo.

Solo un paseo, claro. Tranquilo, Ian, solo será un amistoso paseo por la playa, no tiene porque ser largo, ni doloroso, ni incómodo. Asiento débilmente, temiendo que en cualquier momento voy a caer, pero no, tengo que mantener la compostura, al menos para regresar. Franco, inconsciente de aquel momento, y extrañado por el prolongado silencio comenzaba a abrir la boca para preguntar algo, pero pareció detenerse, y solo se puso de pie, rascando su cabeza.

-          Vamos – dijo, delicadamente, casi en un susurro, y con una tímida sonrisa en sus labios.

Acto seguido, tomo mi mano, y el contacto me hizo estremecer levemente, ante lo cual él me pregunto si sentía frío, pero le dije que no se preocupara, que solo fue un escalofrío. Asintió levemente, observándome detenidamente, como si quisiera recordar algo. ¿Será posible? Preguntó la voz de la esperanza en mi interior, pero la deseché casi instantáneamente; su candor me abrigó por unos segundos, pero ya no era tiempo de vivir por ella, pues ni con el tiempo aprendí a disminuirla, cada vez que escuchaba su nombre.

Caminamos siguiendo un sendero de piedras preciosas sobre la arena, mientras yo trataba de distraer mi atención mirando el reflejo de la Luna sobre el verde mar, que a esa hora se presentaba de un azul oscuro, profundo, penetrante – tal como aquella noche. Desde hace un par de años, esta playa se había convertido en mi lugar favorito, mi lugar de escape, mi lugar de redención y castigo. Todo comenzó aquí, Todo terminó aquí. Y ahora, como si la vida quisiera burlarse de mí, todo continúa aquí.

La mano que sostiene la mía es cálida, pero quema como el más helado de los hielos, y aun así no puedo evitar el sostenerla, agarrarla, sujetarla junto a mí, temiendo que si la dejo ir, la perderé para siempre, y eso es algo con lo que no podría vivir. Al menos, el verlo feliz ahora, o ignorantemente  feliz me tranquilizaba, ya que nunca tendría que sufrir por mí, como ya lo había hecho, y no quería causarle más dolor, pues Franco es frágil, tal como yo, pero de alguna manera, yo he vivido toda mi vida así, acostumbrado a las heridas, tanto físicas como emocionales, y no es un camino que le desearía a alguien en especial, mucho menos a él. Verlo quebrarse nuevamente haría que yo me quebrara el doble solo para no verle llorar otra vez. Claro que sufriría, al menos eso me había dicho el doctor, pues seguiría existiendo, y no se le podía prohibir de vivir pues sería un trauma psicológico mucho mayor, pero estaba seguro de que, con el tiempo y ayuda, Franco lograría reponerse, además contaba con una ventaja increíble: el no recordaría absolutamente nada.

Recuerdo que el primer mes después de que Franco fue dado de alta, vino con una angustia, culpa y un dolor terrible, algo que no había enfrentado antes, ni durante la muerte de mi madre. Y no es que no la amase, pues ella era y es  todo para mí, me dio la vida, me crió y me hizo ser el hombre que soy, pero… Franco era algo totalmente distinto. No diré que fue amor a primera vista, pero desde el primer momento en que le vi, con esa sonrisa radiante que siempre me hacía olvidar mis problemas, supe que había algo especial en él, y tarde o temprano tendría que averiguarlo. Algo me golpeó aquella tarde, pues mi corazón comenzó a acelerarse lentamente, mis mejillas enrojecieron, y comencé a actuar más nervioso que de costumbre. De alguna forma, y a pesar de encontrarnos a varios metros de distancia, él se dio cuenta, y antes de que pudiera voltear la mirada, el dirigió la suya frente a la mía, sonriendo dulcemente. Ante mi estupor, soltó una suave risa que me produjo un escalofrío, tal como su distante mano lo hacía ahora. La mano que sostenía la mía no era la misma que la de hace un tiempo atrás, y yo podía notarlo, pues era algo más complejo que la unión de nuestros dedos o la calidez que ofrecían. Era el sentimiento que nos instaba a sostener la del otro, acariciarla, extrañarla. Sin embargo, no podía quejarme, pues desde aquella noche que no estaba tan cerca de él, y decidí entonces disfrutar el momento… a mi manera.

Me atreví a mirarle volteando mi cabeza, encontrándome frente a frente con sus ojos pardos, observándome detenidamente, otra vez. Hasta entonces, no había reparado en el hecho de que estábamos detenidos, y al alcance de la marea, mojando nuestros pies glacialmente, pero ni Franco ni yo retrocedimos al contacto, pues nuestra atención estaba fijada en el otro.

Quería evitar el contacto visual, de verdad que sí, lo intenté de hecho, mirando hacia el costado, pero entonces su mano suave se posicionó sobre mi mejilla y bajó mi rostro hasta quedar nuevamente frente a sus ojos, sus encantadores ojos, que no me permitían hacer otra cosa más que admirarlos por siempre. Pude notar un leve destello de reconocimiento brillar en sus pupilas, mientras recorría mi rostro, acariciándolo con detención, prestando atención a cada detalle, cada cicatriz, cada imperfección, cada centímetro. De alguna forma, nos encontrábamos increíblemente cerca a esas alturas, tanto que nuestras narices casi hacían contacto. Con su mano libre levanto la mía, posicionando sus dedos sobre los míos, mirando atónitamente como se entrelazaban con tanta facilidad y firmeza, como si estuvieran hechos el uno para el otro. Un rayo de luz pareció atravesar sus ojos en reconocimiento, pues un segundo después, alzó su vista nuevamente, entonces noté que algo había cambiado en ella.

-          Ian – exclamó, con una voz débil pero lo suficientemente clara como para notar mi nombre escapar de sus labios – Ian.

En ese mismo instante, me rendí. A sus ojos había vuelto aquel amor que inundaba su mirada cada  vez que me miraba, independiente de si estuviera molesto o feliz, siempre podía notar el amor que me profesaba escapar de sus pupilas, como si estuviera tan lleno de él que no pudiera contenerlo. Las lágrimas acudieron a sus ojos, al igual que a los míos, incrédulo de la situación que se había presentado ante mis ojos. Una estúpida sonrisa se dibujaba en mis labios, e instantáneamente presione mis labios contra los suyos.

Había recuperado a Franco, mi Franco.

viernes, 18 de enero de 2013

Para Siempre...


Ahí me encontraba yo, nuevamente bajo las cegadoras luces de la calle, alejándome del concierto que aún podía escuchar, a pesar de encontrarme a varios metros del recinto. La luna comenzaba a alzarse, digna y orgullosa, iluminando el cielo con toques plateados. Y yo comenzaba a caminar por las calles, sin rumbo ni destino, como siempre. No había emoción que esta vida pudiera ofrecerme, después de algunos eventos desafortunados en mi vida. Claro, había pasado bastante tiempo ya, pero eso no quiere decir que pudiera recuperarme totalmente; el primer amor no es algo tan simple de olvidar. Y ya, nuevamente, me encontraba pensando en aquello, en él. ¿Por qué? Me gusta torturarme, quizás. Sin embargo, no podía evitar que mi corazón diera unos pequeños trotes cada vez que su figura aparecía en mi cabeza. Entonces, las luces y el paisaje se tornaban más borrosos que de costumbre, las siluetas se volvían más oscuras, y la música ya se comenzaba a perder entre mis pensamientos. Podía darme cuenta de que las lágrimas, poco a poco se balanceaban entre mis ojos, empañando mis lentes, inundando mis mejillas, rodando hacía mi garganta, y hundiéndose en mi fervoroso corazón. Decidí ponerme los audífonos, y ahogar la tormenta en mi cabeza entre las notas de un piano que se alzaban conforme continuaba la canción. Los violines se unieron, y poco más tarde la voz melodiosa de una cantante contralto. Esto no lograba disminuir mi dolor, pero si me ayudaba a conducirla, manejarla, formarla, moldearla, incrementarla, y crear una nueva. Una nueva sobre otra, infinitamente. Una guitarra y una voz masculina luego dirigían mi melancolía. Las calles se encontraban sobre pobladas, seguramente por alguna festividad que se celebraba de la cual no estaba consciente, o tal vez sí, pero últimamente el tiempo no era objeto de mi preocupación.
Los murmullos crecían, y todos caminaban en dirección opuesta a la mía- creo que una señora intentó convencerme de ir al otro lado- congregándose en lo que sería la celebración. Me dispuse a observar los rostros fugaces correr a mí alrededor, algunos con botellas en las manos, y otros con extraños adornos en la cabeza, y unos números que me tomaron un par de segundos en descifrar: 2027. Entonces, eso era, la celebración de Año Nuevo.
Hace ya 10 años que no conmemoraba tal fecha; después del fatídico acontecimiento que tomaría lugar un par de días luego; el 5 de enero para ser exacto. El 31 de diciembre, Pablo me había propuesto matrimonio, frente al Times Square, cuando la cuenta regresiva llegaba a 0, y la bola descendía a su punto máximo. Aun puedo ver su resplandeciente rostro, su mirada enfocada en la mía, nervioso desde el medio día aquella vez, ignorando mis constantes preguntas y preocupaciones. Recuerdo que había llegado un par de días antes, luego de su viaje por Europa, recorriendo los escenarios más importantes de la región, complaciendo a cientos de fans que ansiaban vibrar con sus canciones, tanto como yo soñaba con escuchar su voz cada vez que regresaba de un tour al cual yo no podía asistir. Ya me había acostumbrado a esa rutina, ya que las veces que él debía partir, yo me embarcaba en algún proyecto que me mantuviera tan ocupado como para no concentrarme demasiado en su ausencia, que me perturbaba enormemente. No hace mucho atrás que nuestra relación se vio expuesta públicamente, luego de constantes presiones por parte del equipo de producción de Pablo por callar, como por las miles de fans que analizaban sus encuentros “azarosos” con un extraño que siempre parecía ser el mismo. De hecho, me parecía increíble, cómico, y algo preocupante, el hecho de que pudieran notar cada detalle en nuestras citas, nada se les escapaba. Entonces, Pablo decidió que la mejor manera de poner fin a los rumores era confirmándolos. Durante su quinto tour mundial, al cual felizmente pude acompañarle, reveló que tenía una sorpresa especial para su público; yo hasta ese momento ignoraba sus intenciones. Pablo, en medio del concierto, tomó una pausa, pidió que le ayudasen a llamar a una persona muy importante para él, según sus propias palabras, “si no fuera por él, yo no estaría esta noche con ustedes”; acto seguido, pronunció mi nombre, instándome a subir al escenario. Perplejo, le obedecí, teniendo que hacerme paso entre la multitud que gritaba enloquecida, asumiendo que ocurriría el momento que por tanto tiempo habían estado esperando. Al estar arriba, me tomó de la mano, y me posicionó frente a él, sentando en algún elemento de utilería que no me tomé el tiempo de mirar. Me miró firmemente a los ojos, tomó su guitarra y comenzó a cantar la canción que había estado componiendo con tanto esmero, la cual finalmente resultó tratarse sobre mí. La multitud, emocionada ante el nuevo tema, y el espectáculo que se presentaba ante ellos, gritaba eufóricamente, pero en ese entonces, mí mirada solo podía centrarse en Pablo, mis oídos no escucharon ninguna otra cosa que su melodiosa voz, cantando las palabras que serían su declaración de amor pública. Una sonrisa inundaba mi cara, a la vez que mis mejillas se tornaban rojas de la vergüenza. Al terminar la canción, Pablo me tomó nuevamente de las manos, me acercó hacia él suavemente, con una mano en mi cintura, inclinó su cabeza, y me dio el más tierno e inesperado de los besos que alguna vez nos dimos. El acto me tomo por sorpresa, y antes de cerrar los ojos pude notar por el rabillo miles de luces encandilantes que seguramente eran las cámaras, registrando ese momento para siempre. Luego veríamos repetirlo por televisión una y otra vez, así como en programas o entrevistas a las cuales resultaba invitado, acompañando a Pablo. La gente parecía loca, querían saberlo todo, cómo nos conocimos, dónde y desde cuando somos pareja; pero a cada pregunta yo le reservaba algo de intimidad, así como Pablo, por lo cual podíamos disfrutar de ciertos momentos que solo nosotros entendíamos, y el resto del mundo moría por averiguar.
Hacía ya 7 años de eso, y aunque al resto del mundo le costaba procesar la idea de que un músico tan influyente como Pablo estuviera fuera del closet tan abiertamente, la felicidad no nos fue esquiva. Hubo intentos de ataque, homofobia y amenazas, pero daño alguno no fue causado. La popularidad de Pablo, contrario a lo que su producción pensaba, había aumentado, y el no paraba de confesar el amor que sentía por mí, así como yo no me cansaba de agradecer por haber encontrado tal maravilla y tenerla a mi lado. Sin embargo, la constante intervención de los paparazzi a la cual no me lograba acostumbrar nos llevó a un par de peleas que yo hubiera querido evitar si hubiera sido más cauto, pero el negocio era así, y yo me rehusaba a comprender. Pablo hacía lo imposible por encontrar un equilibrio entre su vida conmigo y con el público, y cuando parecía dispuesto a dejarlo todo por mí, yo trataba de hacerle entrar en razón; después de todo, su carrera musical era lo que le daba de comer. Reflexionando ahora, confieso que me preocupaba más yo de su carrera que él, pero no por temas de dinero o seguridad, sino porque cada vez que le veía sobre un escenario, podía notar su pasión y energía fluyendo de manera increíble, amaba lo que hacía, y eso le hacía destacar también. Aún recuerdo su primer concierto al cual asistí, ignorando el hecho de que en un par de años me convertiría en su adoración, tal como él lo era para mí. La primera vez que le vi noté algo especial en su presencia, de alguna forma el verlo tocar me llenó de alegría, y un sentimiento inexplicable se apoderaba de mí, lo cual relacioné al hecho de que lo había pasado increíble, pero en algún momento, cuando nuestros ojos se encontraron, pude notar un atisbo de algo que no logré descifrar en primera instancia, pero luego Pablo me revelaría que al verme, algo le hizo click, y entonces cada vez buscaba la oportunidad de encontrarme pero sin éxito. Eso, hasta que nuevamente decidí a uno de sus shows un par de meses posterior al primero, esta vez en Madrid, ya que me encontraba de visita. Durante las primeras canciones, pude notar en su mirada un atisbo de nerviosidad y ansiedad, recorriendo la vista sobre el público, como si buscase algo, o como él me diría después,  a mí. Nuestras miradas nuevamente se encontraron, y yo algo tímido enrojecí, mientras que Pablo se sonreía de oreja a oreja, volcando la vista hacía donde me encontraba cada 3 segundos, cerciorándose de que no me fuera a perder en su rango de visión. Al terminar la canción, lo vi caminar hacia un lado del escenario, hablando con alguien de la producción seguramente, y luego apuntando en mi dirección. Mi corazón pegó un salto estruendoso que solo yo pude sentir, y noté mi temperatura bajar radicalmente, mientras mis manos no podían sudar más. Luego volvió frente al micrófono, y continuó el espectáculo con una sonrisa brillante y una mirada esperanzadora. Terminado el show, me disponía a salir, cuando noté que alguien me tomaba del brazo y me guiaba nuevamente hacia el escenario, y ante la sorpresa no me pude resistir, hasta llegar al backstage, donde me esperaba Pablo, con una sonrisa ya más tímida pero una mirada alegre a más no poder. Hola- me dijo- soy Pablo- y extendió su mano. La estreché firmemente pero con algo de vergüenza en los ojos. Lo sé- le dije, en tono bromista- eres bastante famoso por si no lo sabías. Ante esto, rio alegremente, quizás de los nervios y la expectación, pero la broma pareció aliviar la tensión en el ambiente. ¿Cómo te llamas?- quiso saber, sin parar de sonreír. Y ahí es donde comenzó todo. Aquella noche conversamos infinitamente, y de no ser porque tenía varios planes para el otro día, quizás hubiéramos seguido más tiempo juntos, me dio su número y me pidió que nos volviéramos a ver, por favor. Después de eso, lo llamé para cerciorarme de que sí era su número, y desde entonces comenzamos a salir, hasta que un par de citas y encuentros, Pablo me pidió ser su novio.
Salir con una estrella de la música tenía sus beneficios, y contrario a lo que se podría pensar, tuvimos bastante intimidad durante los primeros años de nuestra relación, hasta que, claro, se comenzó a sospechar de que Pablo tenía una relación por diversos motivos, y luego vendrían las fotos y la extraña coincidencia de aquel desconocido que parecía estar junto a Pablo en casi cualquier lugar donde él estuviese. Hasta ese entonces no tuve mayores problemas, me había aceptado, asumido y abierto como gay ante mi familia, y prácticamente ante todo el mundo, recibiendo tanto amor como odio, pero mi tranquilidad era mi mayor aliada, y ya a esas alturas podía soportar casi cualquier cosa. Luego de la revelación de nuestro romance, mi privacidad comenzó a verse afectada, lo cual enfurecía a Pablo, y yo trataba de calmarle, después de todo, todo en la vida tiene su precio. Sin embargo, la tensión era notoria y las peleas cada vez más constantes, llegando a terminar un par de veces, pero la separación no duraba más de 2 días, pues él era toda mi vida, y los segundos sin él me parecían interminables y sin sentido, pues ahora Pablo era mi vida, y yo la de él. No podría expresar con palabras todo lo que este chico era capaz de provocar en mí.
Justamente, hace 5 años, Pablo y yo estábamos peleados para la celebración de Año Nuevo. Ese día, me llamó temprano en la mañana, confesando que se encontraba en New York hace un par de días, ya que detestaba la idea de celebrar la llegada del nuevo año sin mí, por lo que me imploró vernos ese día durante la tarde, a lo cual casi instantáneamente dije que si, ignorando el hecho de que habría millones de personas y paparazzi, pero ya no podía pasar otro día sin él, pues si no habría de cometer una locura. Nos reunimos a las 4 para almorzar, comentando lo que habíamos hecho esos días, solos, y pude notar en Pablo algo de preocupación, excitación y molestia; entonces le pregunté qué ocurría, pero no quería contarme, pues no quería arruinar  la sorpresa. Me abstuve entonces de preguntar más detalles, pues no quería que peleásemos otra vez. Pasamos el resto de la tarde juntos, reconciliándonos, y durante la noche llegamos al Time Square, haciéndonos paso entre la multitud que llenaba el lugar, expectantes del año que entraba. A pesar del frío, nos las arreglamos para no congelarnos al estar tan cerca el uno del otro, pero en un instante, Pablo se separó de mí, alegando que había olvidado algo y debía ir a por ello, dejando mi mano que llamaba la suya, y con un deje de dolor en mis ojos. Los minutos pasaban y no volvía; ya casi era media noche y yo me encontraba solo, mirando con preocupación sobre los rostros que inundaban la plaza, buscando aquel par de ojos azules que ponían mi corazón a volar. Cuando solo quedaba 1 minuto, sentí unas manos familiares tomarme por la cintura, dándome vuelta y quedando cara a cara con el amor de mi vida. Pablo había vuelto, con una sonrisa enorme en los labios. Cariño – susurró  tiernamente – estos últimos 7 años de mi vida han sido los más maravillosos que alguien jamás podría haberme ofrecido, cada segundo junto a ti me ha hecho el hombre más feliz del universo, y cada momento vivido ha valido la pena sus altos y bajos. Nunca, ni en un segundo, me he arrepentido de haberte encontrado en mi camino, y nunca estuve tan feliz de saber que quería recorrerlo conmigo. Te amo, mucho más que a mi música, y sabes que no hay algo que no haría por hacerte feliz todos los días de tu existencia, y creo que lo he cumplido, aunque no siempre – confesó y una mirada de tristeza inundó por un segundo sus ojos – pero, aquí, ante este año nuevo que inicio junto a ti, quiero decirte que eres lo más maravilloso que he tenido y tendré en mi vida. Esa confesión, que aun recuerdo palabra por palabra hasta el día de hoy, confirmó todo el amor que sentí y siento por él. No tuve expresión alguna para confesarle que me sentía de la misma forma que él, pues la emoción me llenó a tal punto que no pude proferir palabra alguna, algo que Pablo logró captar, pues ante mi reacción –que el consideraría adorable - solo pudo sonreír inmensamente, besándome como si no hubiera un mañana. Luego le miraría a los ojos transmitiéndole todo lo que sentía, ante lo cual el asentía claramente, entendiendo todo lo que tenía que decir sin necesidad de verbalizarlo. La cuenta regresiva comenzaba a sonar desde el 10, y noté que Pablo separó su mano nuevamente de mí para meterla en su bolsillo. 9, le abrió y dejó notar una pequeña caja sobre su mano derecha. 8, miré hacia abajo, confundido, pensando que sería algún regalo que me trajo desde Europa. 7, tomó mi mano izquierda. 6, me miró a los ojos dulcemente. 5, se arrodilló ante mí y levantó la vista. 4, abriendo los ojos como platos, la situación cobró sentido tan repentinamente que casi me desmayé, de no ser por Pablo que me sujetó firmemente frente a él. 3, abrió la caja. 2, ¿Quisieras casarte conmigo? 1, levanté a Pablo del suelo y le besé apasionadamente, mientras los demás gritaban ¡Feliz Año Nuevo! La celebración se desató entonces entre las calles, pero Pablo y yo teníamos nuestra propia fiesta privada entre los globos, las serpentinas y el griterío colectivo. Nos separamos un instante para apreciarnos el uno al otro, sin despegar la vista de los ojos del otro. Un pequeño, tímido, pero seguro se escapó de mi boca, provocando una de las más grandes sonrisas que le vería formar a Pablo en su rostro. Un Te Amo en forma de susurro voló entre nosotros, y nos dejamos llevar en nuestro ritmo propio, nuestra nueva vida, juntos, juntos para siempre.
El viento comenzaba a soplar levemente, con una brisa invernal en él, casi recordando la estación en la que nos encontrábamos. Miles de signos de neón iluminaban con gran intensidad la Gran Manzana, mientras las bocinas de los autos resonaban por el lugar. Una gran masa conversaba, otros farfullaban, y la gran mayoría abrazaba a su compañía, esperando que dieran las 12. Los primeros años luego del accidente me era prácticamente imposible pasar el Año Nuevo fuera de casa, pues era un dolor verdaderamente lacerante. Encerrado en la comodidad de mi departamento, un poco de música, lágrimas y pensamientos lograban agotar mi cabeza por el período. Pero luego todo volvía como por arte de magia, y había noches en las que me era imposible conciliar el sueño. Tragedia – tragedia.
            No sé porque decidí salir esa noche, seguramente mi mente me jugó una mala pasada, y a la mínima oportunidad me lanzó al torbellino de tristeza que sería aquella celebración. Las palabras para siempre seguían llenando mi cabeza. 10 años. Esto no podía ser para siempre. Las últimas palabras de Pablo fueron sé feliz, y ten presente que yo te amaré para siempre. Durante estos 5 años he revivido esas palabras en mi cabeza día y noche; pues he sentido todo menos amor. Nunca creí a Pablo capaz de romper una promesa, pero a estas alturas ya todo me parecía dudable. ¿Intenté “ser feliz”? Sí, sin muchas ganas, pero la ausencia de Pablo fue algo que nunca, hasta hoy, he podido superar. Traté de seguir mi vida tan normal como pude, pero todo el mundo concordaba en que la vida se había escapado de mis ojos, y actuaba casi como si no tuviera alma. Luego de escuchar tantas veces lo mismo, comencé a creerlo, aunque tal vez siempre lo supe, desde que Pablo dejó mi lado por un escenario más grande, uno en el que nunca envejecería, ni su amor por mí. Pero aquí, en las viejas calles mortales, la melodía de la vida había perdido su compás, pues mi canción favorita fue forzada a romperse y no ser tocada nunca más sino en mi cabeza. ¿Qué sentido había? Creo que nunca perdí la razón, pero tal vez eso solo lo puedo juzgar yo ya que soy el único que tiene acceso a mi corriente de pensamientos. Tengo recuerdos vagos de pequeños trazos de luz que intentaban alcanzarme en mi oscuridad, pero ya no dependía de mi el poder alcanzarles, pues había dejado de pertenecerme a mí mismo. En el momento en que dije mi alma y mi corazón se rindieron ante él, ofreciéndole lo poco y nada que tenían, lo poco y nada que para Pablo era su mundo entero.
La noticia del accidente de Pablo fue de cobertura mundial, y muchos me atribuyeron a mí la culpa, alegando que quería quedarme con su fortuna. Sin embargo, había quedado tan devastado que no tuve fuerzas para defender mi inocencia. De alguna forma, nunca fue culpado legalmente, y con el tiempo el mundo aprendería a callar cuando es debido, creo que luego de una foto mía que comenzó a circular donde la palidez de mi rostro solo era análoga a la de un muerto- un muerto en vida.
Ahora, nuevamente en las calles de New York, sigo buscando aquel rostro que hace 10 años me encontró entre la multitud, girándome frente a él, cara a cara, pidiéndome humildemente el derecho a pasar su vida entera conmigo y hacerla el objeto de su amor y devoción. Aquí, hace 10 años, Pablo, el hombre que jamás amé tanto ni dejaré de hacerlo, me pidió ser su esposo por los años venideros e incluso más; una promesa que ni él ni yo sabríamos que no podría cumplir… hasta ahora. Pablo – susurro, antes de cerrar los ojos.
Me despierto rodeado de luces, con un pequeño dolor en la cabeza, acostado y creo que siendo llevado por alguien. Escucho ruidos a gran velocidad y… ¿una sirena? Creo que una ambulancia se acerca, tal vez alguien tuvo un accidente.
Me levanto de la camilla, algo mareado todavía. Son demasiadas luces, son todas blancas. ¿Cómo es que a nadie más le molestan?
Entonces, siento una mano tomar la mía, que me voltea suavemente y me toma por la cintura. Me dejo llevar por el movimiento, y quedo frente a frente con un par de ojos familiares y terriblemente encantadores.
Pablo - susurro nuevamente, con una sorprendente paz interior que me envuelve totalmente- Pablo, ¿qué haces aquí?
He venido por ti, querido – me dice él, amorosamente, mientras me mira con orgullo y pasa una mano sobre mi cabeza, revolviendo mis cabellos, entonces noto que el dolor se ha ido.
¿Por mí? ¿A dónde me llevas? – pregunto, aun aturdido, pero su presencia no me perturba, me calma, me llena, me eleva.
¿Recuerdas lo que te pedí aquí, exactamente hace 10 años?
Como olvidarlo – contesto suavemente.
Me alegro – dice, con una voz llena de amor y ternura. - ¿Te molestaría si te pregunto otra vez?
Por supuesto que no, cariño
Querido, te amo, mucho más que a mi música, y sabes que no hay algo que no haría por hacerte feliz todos los días de tu existencia, y aquí, ante este año nuevo que inicio junto a ti, quiero decirte que eres lo más maravilloso que he tenido y tendré en mi vida – repitió, tal y como lo hizo 10 años atrás.
Cariño – dice Pablo, nuevamente - ¿Quieres casarte conmigo?
Esta vez, las palabras acuden a mi boca fácilmente, pues puedo sentir todo el amor que me profesa, y esta vez sé que aquella promesa podrá volverse realidad.
Sí – contesto tiernamente, con lágrimas en los ojos – Pablo, nada me haría más feliz que pasar la eternidad contigo, a tu lado, para siempre.
Al proferir estas palabras, la sonrisa de Pablo crece hasta un límite que jamás había visto, y pareciese como si no pudiera haber nada más que le hiciera más feliz en ese momento que estar a mi lado, sabiendo que estaríamos juntos, para siempre.
Ven conmigo – dice, ofreciéndome su mano derecha, y colocando un pequeño anillo dorado en mi mano izquierda – Tú eres mi vida ahora.
Comenzamos a caminar juntos, emanando una luz que parece no extinguirse nunca. Entonces, la escena se vuelve totalmente familiar, me doy cuenta de que estamos rodeados de miles de personas, algunas gritan y otras lloran. Hay un tumulto, y entonces recuerdo que alguien debió de sufrir algún accidente. Me doy vuelta, algo preocupado, queriendo saber si aquella persona se encuentra bien. Entonces Pablo se aferra más a mi lado, toma mi rostro y me susurra – no te preocupes, querido, él se encuentra bien. Me atrevería a decir que jamás estuvo mejor – asevera sonriendo dulcemente. Y entonces comprendo.
Caminar junto a Pablo nunca había resultado tan placentero, tenía la certeza de que esta vez podríamos amarnos para siempre, y estaba en lo correcto. Hacía 10 años que no me sentía tan a gusto, tan feliz que ni me había percatado que estábamos caminando hacia arriba, en dirección al cielo iluminado por la Luna, con toques plateados, que hacían que las nubes se despejaran a medida que nos acercábamos a ellas. Y en la tierra, quedaba el cuerpo de un hombre que no encontró consuelo durante 10 años, 10 larguísimos años en los cuales no pudo evitar sino amar, amar a aquel que completó su vida de tal forma que era imposible borrarle de la memoria. Aquel hombre no pudo encontrar consuelo sino hasta 10 años después, cuando un par de luces borrosas acabaron con su dolor, guiándole al reencuentro con el amor de su vida. Aquel hombre nunca había sentido tanta paz. Aquel hombre nunca había sentido tanto amor. Aquel hombre nunca se había sentido tan feliz de ver un auto acercársele a toda velocidad, pidiéndole que por favor se alejase pues los frenos no respondían. Aquel hombre respondió a la advertencia del conductor con una sonrisa. Y un instante después, despertaba ensordecido por el sonido de las calles de New York, bajo las cegadoras luces de la calle, alejándose del concierto que aún podía escuchar, a pesar de encontrarse a varios metros del recinto.

jueves, 17 de enero de 2013

Sueño de una tarde de verano


Vestido de terno y corbata, todo parecía la rutina habitual: trabajar, trabajar, trabajar.  El camino era diferente, y por alguna razón me era familiar, pues solía recorrerlo durante mis días de niñez caminando hacia el colegio, creo. El viento era casi nulo y aun así partículas de polvo se levantaban del suelo y atacaban mi pantalón gris, cansado luego de un arduo día laboral. El sol golpeaba arduamente, como un día cualquiera de verano; realmente, Santiago parecía un desierto.  Aunque no estaba mirando a mí alrededor, sabía que había gente en los alrededores, tomando el metro o simplemente vagando bajo un sol veraniego que prometía dolorosas quemaduras. Caminaba rumbo a casa, pero sin pensar nada en especial. No es que la vida me pareciera sin sentido, era que no había sentido en pensar bajo esas condiciones. Vaya.
Escucho una voz familiar por detrás, un colega del trabajo burlándose de mi pues iba caminando, y acto seguido, aflojándose la corbata, se subió a un bus que no vi venir, y se posicionó en las escaleras, riéndose de lo que, según él, era la escena más graciosa que había visto en su vida. Me tomo un par de segundos en comprender lo que decía, pero no me causo alteración, ira ni angustia. No había sentido en agitarse o afligirse bajo esas condiciones.
El calor no parece afectarme. Miro hacia abajo y me doy cuenta de que mi ropa esta toda empapada, pero yo por alguna razón estoy seco. Mi cerebro, sin embargo, parece frito, pues no logro conectar ningún pensamiento con otro. Me adentro bajo la sombra de algunos árboles que adornan la vereda, pero no siento alivio. Entonces cierro los ojos y me dejo llevar. No hay sentido en preocuparse bajo estas condiciones.   
Estoy en un bus, mi bolso se encuentra en uno de los compartimientos pero ya no llevo ropa formal, sino casual, lo cual no me extraña en lo absoluto. Me siento al lado de un atractivo muchacho que resulta ser mi novio y me hundo en su pecho, mientras el acaricia mi cabello, mencionando algo sobre la forma en la que huele. Puedo sentir un tono burlón en su voz, pero no me molesta, me siento a gusto bajo su calor, aunque algo en mi interior me dice que no soy correspondido. No es una ilusión, no es un capricho, pues no hay sentido en dudar bajo estas condiciones.
Necesito bajar, y decirles a mis padres que voy a la playa, pero no sé cómo, decirle la verdad me aterra, y pensar en alguna otra excusa me lleva a mentiras que no funcionaran. Solo tengo un par de minutos para llamar, mientras la angustia se apodera de mí, mientras la realización de que soy el bufón de la relación me golpea, mientras la preocupación por no haber relacionado todo esto antes me atormenta, mientras la ira y pena por ser objeto de burla me llena, mientras el poco y nada de sentido que tiene mi vida se los lleva la razón, mi razón. La vida, la muerte, mi alma, mi dolor.
Pero… ya no hay sentido en ocuparse de todo esto, bajo estas condiciones.

martes, 15 de enero de 2013

Al terminar la escena... Corte!


Arriba en el techo los problemas parecían fuera de alcance. Era increíble lo que un par de audífonos podía lograr; aislamiento. Podía enfocar mis pensamientos libremente, aunque siempre uno que otro me torturaba, me sentía a gusto entre tantas ideas. Cuando me deprimía bastante, me hacían recordar que estaba vivo. Jugaba a derivar todo tipo de situaciones en mi cabeza, dándoles los finales más inesperados e imposibles que mi mente era capaz de imaginar, o mi corazón, para ser honestos. Creo que un par de veces recordé encontrarme al borde del colapso, y me detuve ahí mismo, ahogándome en penas superficiales por temor a cruzar la línea entre el querer y hacer. Nunca había atentado contra la integridad de mi piel, pero ahora aquel elemento se presentaba así, de la nada, sutilmente gritando inténtalo. No quería un tatuaje permanente que me recordara lo débil que fui en algún momento, o el poco control que tenía sobre mi quebrajada vida. Salvar mi vida no parecía una opción, y ¿salvarla del qué? De mí, precisamente.
No era de los que lloraban, por mucha pena que tuviera encima, mi orgullo jamás permitiría semejante ofensa. Me divertía pensar que no tenia alma, aunque últimamente el orgullo me ha traicionado más veces de lo que mi mente me ha engañado. Recientemente me he encontrado rociando mis mejillas con tristeza ante cualquier evento insignificante: una muerte en una película, un comercial, o un par de niños jugando en la plaza. ¿Me estoy volviendo viejo? Muchas veces lo he pensado, o tal vez solo exagero; después de todo, ¿qué puede saber un hombre que no ha llegado a las 2 décadas de vida? Y sin embargo, la vida no me parecía tan terrible de llevar; levantarme no era una odisea como lo solía ser antes, aunque claro está, este último año tampoco fue precisamente color de rosa. Cambié y crecí en muchos aspectos, pero en otros puedo decir que sigo siendo el tímido adolescente de 14 años que teme confesar sus sentimientos. ¿Será por esto que me encuentro aquí, varado ante la nada, con un enorme desierto a mis ojos, sin un oasis a pronta vista? No me siento capacitado para responder ninguna de estas preguntas.
No puedo quejarme totalmente de mis días errantes. He tenido una vida más o menos simple hasta ahora, quizás por el mismo temor a salir herido; apenas he dado un beso y si así fue, fue por ingenuidad. Ingenuidad que hasta el día de hoy me ha costado caro. Pero no quiero pensar en eso ahora. No me animo siquiera a volcar mis cavilaciones sobre un par de octavas melódicas.
Si alguna vez pensé en quitarme la vida, sinceramente nunca lo imaginé así. Me había proyectado en los escenarios más terribles; saliendo de alguna depresión amorosa, o revelándoles a mis padres que no esperaran prontamente ni nunca alguna señora López, ni menos algún nieto biológico. Otras veces me gustaba colocarme frente a situaciones cotidianas, como un accidente de auto, o encontrarme en el momento equivocado, a la hora equivocada; casi como en las películas. Sin embargo, creo que allá arriba no serían tan condescendientes conmigo después de una existencia despreciable y aborrecible. No merecía el drama, eso era para gente importante o buena. Un día, después de reparar constantemente en este hecho, decidí hacerlo yo. Dicen que si quieres que algo resulte, debes encargarte tu mismo.
Entonces, comencé a planear y planear. ¿De qué forma podría desaparecer de este mundo sin dejar huella ni instancia a que me busquen? Amigos tenía pocos, y siempre pensé en no decirles nada, pues no parecían comprender mi grado de consternación por todo. Apenas y lo comentábamos, pero cada uno era demasiado feliz en su camino que arrastrarlos al mío no parecía justo; el que ya me hayan ofrecido su amistad es una gratitud enorme que por ratos logra acallar el ruidoso tambor que llevo por dentro. ¿Amor? Renuncié a él tan pronto como me vi envuelto en un torbellino emocional terrible del que apenas logré salir en una pieza. Y creo que no exagero, tal vez si me hubieses conocido un par de años atrás verías que no miento. Irónicamente, la muerte que busco tanto es la que me apartó de la felicidad y la vida. En algún momento, no recuerdo bien, la idea que podríamos ser amigos me pareció seductora, tanto que un par de semanas después la gente me diría que parecía tener el semblante de la muerte en el rostro.  Y que podía hacer yo si no sonreír, eso era lo que quería ¿no?
Discutir las miles de formas en las que pensé en llevar a cabo mi plan sería tratar de contar la arena del desierto, y a estas alturas no poseo las fuerzas, o quizás no las quiero poseer.
Pero ahora, nuevamente aquí, sobre el tejado, comenzaba a reír casi esquizofrénicamente. Le susurraba al viento, y éste parecía responder. Les pedía compasión a las nubes, y estas tapaban el sol para que yo pudiera mirar completamente el paisaje. Dejaré a un lado la tinta y trataré de concentrarme en mi mismo. No dudo ya, tampoco es que tenga la opción. Siento un contacto frío en la muñeca hacía mi hombro, que me acaricia suavemente. Se toma su tiempo, como si se detuviera a analizar cada centímetro que recorre, sin prisa, casi como si mi piel fuera seda. Entonces abro los ojos y puedo verle, a mi lado, con su cabeza en mi hombro derecho, sonriendo plácidamente. Me apronto a mover los labios para preguntar, pero con su otra mano me hace callar, me acaricia la mejilla mientras un escalofrío se apodera de mí. Le sonrío de vuelta, mi sonrisa llena de amor, mientras noto un par de miradas curiosas en la calle, que luego se transforman en horror, y logro divisar un par de señoras alarmadas que digitan rápidamente en sus teléfonos celulares, alertando de un joven que sangra, aunque no logro distinguir su nombre. El temor me abandonó hace bastante tiempo, y solo la preocupación me llama a tratar de averiguar de quien se trata, pero entonces él me toma suavemente y deposita un beso entre mis helados labios, que toman un color rojo vivo. Entonces, comienza a deslizar su otra mano sobre mi brazo izquierdo, esta vez más rápido, pero lo suficientemente detallista como para notar los pequeños temblores que me provoca su invernal caricia. Al llegar a mi codo, se detiene, mientras el sueño me invade poco a poco y comienzo a perder noción del tiempo. Él me toma en sus brazos y me coloca sobre sus piernas, susurrando a mi oído que todo estará bien, que el daño ya está hecho y él estaba ahí para cuidarme. ¿Daño? Creo susurrar, pero no estoy seguro. Mis ojos pesan más que de costumbre, y antes de exhalar noto un tumulto de gente frente a mi casa, con la vista hacia el balcón, siguiendo el charco de sangre que desciende sobre el jardín recién plantado.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Nothingness


Había días en los que deseaba ser como ellos, tener esa facilidad de perderme en la multitud y camuflarme sin más, sin pensar, reflexionar, tomar precauciones. Simplemente, dejar ser. Deseaba tener esa habilidad de hablarle a quien quisiera por el simple hecho de querer, deseaba liberarme de mis miedos y angustias, deseaba, deseaba, pero nada pasaba. Asimismo, había otros días en que me gustaba mi soledad, y la apreciaba de sobremanera, me hacía creer que el ser introvertido me traía más pros que contras, y que también me hacía una mejor y más profunda persona. Pero entonces después notaba que no me encontraba en ninguna de las categorías anteriores.  No podía clasificarme porque ni siquiera yo sabía a ciencia cierta quién o qué era. Darme cuenta de mi posición frente al mundo no era tarea fácil: pensaba mucho y decía poco, sentía en demasía y sufría el doble. Intentaba ser yo mismo dentro de un universo paralelo, y cada acción parecía tan irracional al momento de ejecutarla, que ya no sabía si vivía de la esperanza o de la resignación. Los momentos de alegrías eran más fugaces que una estrella surcando el espacio a velocidad luz. Entonces, la melancolía volvía (no es que alguna vez se hubiera ido) sino que volvía a ocupar el mayor espacio en mi mente, alma y corazón. Luego aprendería que sería mejor aprender a convivir con ella en lugar de tratar de alejarla. Habías días en que incluso me alegraba el no poder sonreír.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Put Me In A Movie


                Me resulta increíble pensar que todo pasa por una simple taza de chocolate caliente. No lo hubiera imaginado. Aquella mañana me había levantado decidido a escapar de ese lugar que me provocaba claustrofobia, pero nunca cruzó mi mente el encontrar a tan magnífico personaje con quien me tiendo ahora sobre la nada y el todo. Tus ojos, dos maravillas poli cromáticas que combinaban con tu chaqueta gris y esos jeans gastados y apretados que marcaban tu casi anoréxica figura. Iluso, sentado en una solitaria mesa al costado izquierdo de un café literario, divisé tu silueta entrando por el fondo del parque, junto a esa pequeña laguna frente a la cual decidí sentarme. Justamente esa tarde, un grupo de ancianos decidió realizar una competencia de veleros, tal como en Stuart Little, mientras los niños, presurosos y alegres, jugueteaban por los alrededores, en busca de la mejor posición para mirar. Y mientras yo me concentraba en eso, una áspera y profunda voz rompió mi calma, moviendo la silla frente a mí. – Hola – dijo, sonriente - ¿esperas a alguien? Volteé mi cabeza lentamente; le había visto venir, mas no acercarse, por lo que me sobresalté, le miré un par de segundos y contesté instintivamente: No, no, llévate la silla si quieres – y acto seguido, proseguí a girar nuevamente la mirada para ver la competencia, cuando su voz nuevamente irrumpió el silencio. Esta vez rió – Pues… la verdad yo preguntaba para sentarme… contigo. Entonces, mi corazón despego a una velocidad increíble, y mis mejillas se tornaron rojas en un tiempo aún más inverosímil; ¡Vamos! Que un extraño se te acerque tan galante no es algo que pase todos los días. Abrí la boca para responder, pero no pude sino tartamudear un par de silabas, entonces él me miró algo contrariado y dijo: Si es que te molesta, no hace falta que… - No, no es eso – logré articular – Claro que no, por favor, toma… toma asiento.
                El viento seguía soplando levemente, casi susurrando, y los demás caminaban a gusto; no hacía calor ni frío, era perfecto. El sol aún luchaba por mantenerse en lo alto, pero poco a poco comenzó a perder sus fuerzas y caer, caer, caer. El agua se mecía sin ritmo ni compás, mientras las hojas se deslizaban en un vaivén majestuoso, posándose en diferentes caminos, dándole al lugar un toque otoñizo, en plena primavera. Una de las últimas hojas crujientes se lanzó del árbol más cercano y vino a parar en mi cabeza.
                Sin embargo, nada de esto había notado, pues este nuevo desconocido, mientras se disponía a tenderse en la silla, sonrió discretamente, dejándome entrever una latente simpatía. Entonces, al levantar la cabeza, le vi formular una oración, sin reparar en lo que recién había expresado, pues sus ojos me cautivaron. Eran de un marrón normal, y aún así preciosos, había algo en ellos que lo hacían único. Quizás el reflejo del agua, quizás el reflejo de su alma, o quizás el reflejo de su corazón.