martes, 29 de enero de 2013

Tiempo al Olvido (Parte I)


De alguna forma, sabía que este día llegaría, tarde o temprano. Debía ocurrir, pues la vida no es un cuento con final feliz, al menos no para mí. Cerca de la fogata que hicimos en la playa, el escenario se presentaba alegre y aún así mi sonrisa no expresaba total gratitud, en comparación a la tuya, que parecía hecha por el brillo de las estrellas, que vigilaban nuestro no tan azaroso encuentro. Sería difícil negar que este es el último lugar en el cual me gustaría estar, pues el poder verte ya es un cierto tipo de alegría, una alegría dolorosa, pero alegría al fin y al cabo. Si tú quisieras, podría estar cobijándote bajo mi manta, pues por más verano que fuese, el frío de las 2 de la mañana no era algo totalmente tolerable. Sin embargo, escoges arrimarte al alma más cercana a ti, en vez de concurrir a quien se encuentra al frente tuyo. Tal vez sea lo mejor, pues la separación de nuestros cuerpos podría llegar a dolerme más que la vez anterior, inclusive mucho más que aquella mañana que te encontré en el piso, junto a un papel arrugado a tu lado. El viento veraniego, pero no menos frío, se pasea suavemente por las arenas, levantando un poco de polvo, elevándolo hacia el cielo y sepa Dios donde más. La brisa despeina nuestras cabelleras, y en un descuido, tu cicatriz queda al descubierto por un par de segundos, paralizándome al instante. Una ola de recuerdos azota mi cabeza, y ya comienzo a marearme, entonces decido levantarme y recorrer un poco el lugar, pues no me gustaría otro episodio. Lentamente, me deshago de la manta y doy media vuelta, cuando tu voz, que nunca ha perdido ese toque tierno y gentil, me pregunta:

-          ¿A dónde vas?

 Volteo hacia ti, observando tu curioso rostro, con esa inquisitiva mirada a la cual nunca le pude mentir.

-          Quiero caminar un momento, eso es todo.

Inmediatamente, bajo mis ojos, pues no puedo mantener el contacto visual por demasiado tiempo, no después de haber divisado por breves instantes la muerte en los tuyos.

-          ¡Te acompaño! – exclamas entusiasmado.

El terror se apodera de mi en el momento, quisiera decirte que no, que prefiero estar solo, pero                           tu compañía me ha hecho tanta falta estos últimos años, tan acostumbrado que estaba a tus caricias, tus dulces besos y aquellos calurosos abrazos que hacían parecer a mis problemas nada más que pequeñas piedras en el camino. Entonces, dirijo rápidamente mi mirada entre los demás, Rodrigo, Alejandra, Matías, Francisca, Nicole, y… Fabián, quizás el que ha sufrido tanto como yo. Entre ellos intercambian miradas de preocupación y evidente temor, entonces Alex, que se encontraba algo más apartado, dijo:

-          No te preocupes, Ian, es solo un paseo.

Solo un paseo, claro. Tranquilo, Ian, solo será un amistoso paseo por la playa, no tiene porque ser largo, ni doloroso, ni incómodo. Asiento débilmente, temiendo que en cualquier momento voy a caer, pero no, tengo que mantener la compostura, al menos para regresar. Franco, inconsciente de aquel momento, y extrañado por el prolongado silencio comenzaba a abrir la boca para preguntar algo, pero pareció detenerse, y solo se puso de pie, rascando su cabeza.

-          Vamos – dijo, delicadamente, casi en un susurro, y con una tímida sonrisa en sus labios.

Acto seguido, tomo mi mano, y el contacto me hizo estremecer levemente, ante lo cual él me pregunto si sentía frío, pero le dije que no se preocupara, que solo fue un escalofrío. Asintió levemente, observándome detenidamente, como si quisiera recordar algo. ¿Será posible? Preguntó la voz de la esperanza en mi interior, pero la deseché casi instantáneamente; su candor me abrigó por unos segundos, pero ya no era tiempo de vivir por ella, pues ni con el tiempo aprendí a disminuirla, cada vez que escuchaba su nombre.

Caminamos siguiendo un sendero de piedras preciosas sobre la arena, mientras yo trataba de distraer mi atención mirando el reflejo de la Luna sobre el verde mar, que a esa hora se presentaba de un azul oscuro, profundo, penetrante – tal como aquella noche. Desde hace un par de años, esta playa se había convertido en mi lugar favorito, mi lugar de escape, mi lugar de redención y castigo. Todo comenzó aquí, Todo terminó aquí. Y ahora, como si la vida quisiera burlarse de mí, todo continúa aquí.

La mano que sostiene la mía es cálida, pero quema como el más helado de los hielos, y aun así no puedo evitar el sostenerla, agarrarla, sujetarla junto a mí, temiendo que si la dejo ir, la perderé para siempre, y eso es algo con lo que no podría vivir. Al menos, el verlo feliz ahora, o ignorantemente  feliz me tranquilizaba, ya que nunca tendría que sufrir por mí, como ya lo había hecho, y no quería causarle más dolor, pues Franco es frágil, tal como yo, pero de alguna manera, yo he vivido toda mi vida así, acostumbrado a las heridas, tanto físicas como emocionales, y no es un camino que le desearía a alguien en especial, mucho menos a él. Verlo quebrarse nuevamente haría que yo me quebrara el doble solo para no verle llorar otra vez. Claro que sufriría, al menos eso me había dicho el doctor, pues seguiría existiendo, y no se le podía prohibir de vivir pues sería un trauma psicológico mucho mayor, pero estaba seguro de que, con el tiempo y ayuda, Franco lograría reponerse, además contaba con una ventaja increíble: el no recordaría absolutamente nada.

Recuerdo que el primer mes después de que Franco fue dado de alta, vino con una angustia, culpa y un dolor terrible, algo que no había enfrentado antes, ni durante la muerte de mi madre. Y no es que no la amase, pues ella era y es  todo para mí, me dio la vida, me crió y me hizo ser el hombre que soy, pero… Franco era algo totalmente distinto. No diré que fue amor a primera vista, pero desde el primer momento en que le vi, con esa sonrisa radiante que siempre me hacía olvidar mis problemas, supe que había algo especial en él, y tarde o temprano tendría que averiguarlo. Algo me golpeó aquella tarde, pues mi corazón comenzó a acelerarse lentamente, mis mejillas enrojecieron, y comencé a actuar más nervioso que de costumbre. De alguna forma, y a pesar de encontrarnos a varios metros de distancia, él se dio cuenta, y antes de que pudiera voltear la mirada, el dirigió la suya frente a la mía, sonriendo dulcemente. Ante mi estupor, soltó una suave risa que me produjo un escalofrío, tal como su distante mano lo hacía ahora. La mano que sostenía la mía no era la misma que la de hace un tiempo atrás, y yo podía notarlo, pues era algo más complejo que la unión de nuestros dedos o la calidez que ofrecían. Era el sentimiento que nos instaba a sostener la del otro, acariciarla, extrañarla. Sin embargo, no podía quejarme, pues desde aquella noche que no estaba tan cerca de él, y decidí entonces disfrutar el momento… a mi manera.

Me atreví a mirarle volteando mi cabeza, encontrándome frente a frente con sus ojos pardos, observándome detenidamente, otra vez. Hasta entonces, no había reparado en el hecho de que estábamos detenidos, y al alcance de la marea, mojando nuestros pies glacialmente, pero ni Franco ni yo retrocedimos al contacto, pues nuestra atención estaba fijada en el otro.

Quería evitar el contacto visual, de verdad que sí, lo intenté de hecho, mirando hacia el costado, pero entonces su mano suave se posicionó sobre mi mejilla y bajó mi rostro hasta quedar nuevamente frente a sus ojos, sus encantadores ojos, que no me permitían hacer otra cosa más que admirarlos por siempre. Pude notar un leve destello de reconocimiento brillar en sus pupilas, mientras recorría mi rostro, acariciándolo con detención, prestando atención a cada detalle, cada cicatriz, cada imperfección, cada centímetro. De alguna forma, nos encontrábamos increíblemente cerca a esas alturas, tanto que nuestras narices casi hacían contacto. Con su mano libre levanto la mía, posicionando sus dedos sobre los míos, mirando atónitamente como se entrelazaban con tanta facilidad y firmeza, como si estuvieran hechos el uno para el otro. Un rayo de luz pareció atravesar sus ojos en reconocimiento, pues un segundo después, alzó su vista nuevamente, entonces noté que algo había cambiado en ella.

-          Ian – exclamó, con una voz débil pero lo suficientemente clara como para notar mi nombre escapar de sus labios – Ian.

En ese mismo instante, me rendí. A sus ojos había vuelto aquel amor que inundaba su mirada cada  vez que me miraba, independiente de si estuviera molesto o feliz, siempre podía notar el amor que me profesaba escapar de sus pupilas, como si estuviera tan lleno de él que no pudiera contenerlo. Las lágrimas acudieron a sus ojos, al igual que a los míos, incrédulo de la situación que se había presentado ante mis ojos. Una estúpida sonrisa se dibujaba en mis labios, e instantáneamente presione mis labios contra los suyos.

Había recuperado a Franco, mi Franco.

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