De alguna forma, sabía que este día llegaría,
tarde o temprano. Debía ocurrir, pues la vida no es un cuento con final feliz,
al menos no para mí. Cerca de la fogata que hicimos en la playa, el escenario
se presentaba alegre y aún así mi sonrisa no expresaba total gratitud, en
comparación a la tuya, que parecía hecha por el brillo de las estrellas, que
vigilaban nuestro no tan azaroso encuentro. Sería difícil negar que este es el
último lugar en el cual me gustaría estar, pues el poder verte ya es un cierto
tipo de alegría, una alegría dolorosa, pero alegría al fin y al cabo. Si tú
quisieras, podría estar cobijándote bajo mi manta, pues por más verano que
fuese, el frío de las 2 de la mañana no era algo totalmente tolerable. Sin
embargo, escoges arrimarte al alma más cercana a ti, en vez de concurrir a
quien se encuentra al frente tuyo. Tal vez sea lo mejor, pues la separación de
nuestros cuerpos podría llegar a dolerme más que la vez anterior, inclusive
mucho más que aquella mañana que te encontré en el piso, junto a un papel
arrugado a tu lado. El viento veraniego, pero no menos frío, se pasea
suavemente por las arenas, levantando un poco de polvo, elevándolo hacia el
cielo y sepa Dios donde más. La brisa despeina nuestras cabelleras, y en un
descuido, tu cicatriz queda al descubierto por un par de segundos,
paralizándome al instante. Una ola de recuerdos azota mi cabeza, y ya comienzo
a marearme, entonces decido levantarme y recorrer un poco el lugar, pues no me
gustaría otro episodio. Lentamente,
me deshago de la manta y doy media vuelta, cuando tu voz, que nunca ha perdido
ese toque tierno y gentil, me pregunta:
-
¿A dónde vas?
Volteo hacia ti, observando tu curioso rostro,
con esa inquisitiva mirada a la cual nunca le pude mentir.
-
Quiero caminar un momento, eso es
todo.
Inmediatamente,
bajo mis ojos, pues no puedo mantener el contacto visual por demasiado tiempo,
no después de haber divisado por breves instantes la muerte en los tuyos.
-
¡Te acompaño! – exclamas
entusiasmado.
El terror se
apodera de mi en el momento, quisiera decirte que no, que prefiero estar solo,
pero tu compañía me ha
hecho tanta falta estos últimos años, tan acostumbrado que estaba a tus
caricias, tus dulces besos y aquellos calurosos abrazos que hacían parecer a
mis problemas nada más que pequeñas piedras en el camino. Entonces, dirijo
rápidamente mi mirada entre los demás, Rodrigo, Alejandra, Matías, Francisca,
Nicole, y… Fabián, quizás el que ha sufrido tanto como yo. Entre ellos
intercambian miradas de preocupación y evidente temor, entonces Alex, que se
encontraba algo más apartado, dijo:
-
No te preocupes, Ian, es solo un
paseo.
Solo
un paseo, claro. Tranquilo, Ian, solo será un amistoso paseo por la playa, no
tiene porque ser largo, ni doloroso, ni incómodo. Asiento débilmente, temiendo
que en cualquier momento voy a caer, pero no, tengo que mantener la compostura,
al menos para regresar. Franco, inconsciente de aquel momento, y extrañado por
el prolongado silencio comenzaba a abrir la boca para preguntar algo, pero
pareció detenerse, y solo se puso de pie, rascando su cabeza.
-
Vamos – dijo, delicadamente, casi
en un susurro, y con una tímida sonrisa en sus labios.
Acto
seguido, tomo mi mano, y el contacto me hizo estremecer levemente, ante lo cual
él me pregunto si sentía frío, pero le dije que no se preocupara, que solo fue
un escalofrío. Asintió levemente, observándome detenidamente, como si quisiera
recordar algo. ¿Será posible? Preguntó la voz de la esperanza en mi interior,
pero la deseché casi instantáneamente; su candor me abrigó por unos segundos,
pero ya no era tiempo de vivir por ella, pues ni con el tiempo aprendí a
disminuirla, cada vez que escuchaba su nombre.
Caminamos
siguiendo un sendero de piedras preciosas sobre la arena, mientras yo trataba
de distraer mi atención mirando el reflejo de la Luna sobre el verde mar, que a
esa hora se presentaba de un azul oscuro, profundo, penetrante – tal como
aquella noche. Desde hace un par de años, esta playa se había convertido en mi
lugar favorito, mi lugar de escape, mi lugar de redención y castigo. Todo
comenzó aquí, Todo terminó aquí. Y ahora, como si la vida quisiera burlarse de
mí, todo continúa aquí.
La
mano que sostiene la mía es cálida, pero quema como el más helado de los
hielos, y aun así no puedo evitar el sostenerla, agarrarla, sujetarla junto a
mí, temiendo que si la dejo ir, la perderé para siempre, y eso es algo con lo
que no podría vivir. Al menos, el verlo feliz ahora, o ignorantemente feliz me tranquilizaba, ya que nunca
tendría que sufrir por mí, como ya lo había hecho, y no quería causarle más
dolor, pues Franco es frágil, tal como yo, pero de alguna manera, yo he vivido
toda mi vida así, acostumbrado a las heridas, tanto físicas como emocionales, y
no es un camino que le desearía a alguien en especial, mucho menos a él. Verlo
quebrarse nuevamente haría que yo me quebrara el doble solo para no verle
llorar otra vez. Claro que sufriría, al menos eso me había dicho el doctor,
pues seguiría existiendo, y no se le podía prohibir de vivir pues sería un
trauma psicológico mucho mayor, pero estaba seguro de que, con el tiempo y
ayuda, Franco lograría reponerse, además contaba con una ventaja increíble: el no recordaría absolutamente nada.
Recuerdo
que el primer mes después de que Franco fue dado de alta, vino con una
angustia, culpa y un dolor terrible, algo que no había enfrentado antes, ni
durante la muerte de mi madre. Y no es que no la amase, pues ella era y es todo para mí, me dio la vida, me crió y me
hizo ser el hombre que soy, pero… Franco era algo totalmente distinto. No diré
que fue amor a primera vista, pero desde el primer momento en que le vi, con
esa sonrisa radiante que siempre me hacía olvidar mis problemas, supe que había
algo especial en él, y tarde o temprano tendría que averiguarlo. Algo me golpeó
aquella tarde, pues mi corazón comenzó a acelerarse lentamente, mis mejillas
enrojecieron, y comencé a actuar más nervioso que de costumbre. De alguna
forma, y a pesar de encontrarnos a varios metros de distancia, él se dio
cuenta, y antes de que pudiera voltear la mirada, el dirigió la suya frente a
la mía, sonriendo dulcemente. Ante mi estupor, soltó una suave risa que me
produjo un escalofrío, tal como su distante mano lo hacía ahora. La mano que
sostenía la mía no era la misma que la de hace un tiempo atrás, y yo podía
notarlo, pues era algo más complejo que la unión de nuestros dedos o la calidez
que ofrecían. Era el sentimiento que nos instaba a sostener la del otro,
acariciarla, extrañarla. Sin embargo, no podía quejarme, pues desde aquella
noche que no estaba tan cerca de él, y decidí entonces disfrutar el momento… a
mi manera.
Me
atreví a mirarle volteando mi cabeza, encontrándome frente a frente con sus
ojos pardos, observándome detenidamente, otra vez. Hasta entonces, no había
reparado en el hecho de que estábamos detenidos, y al alcance de la marea,
mojando nuestros pies glacialmente, pero ni Franco ni yo retrocedimos al contacto,
pues nuestra atención estaba fijada en el otro.
Quería
evitar el contacto visual, de verdad que sí, lo intenté de hecho, mirando hacia
el costado, pero entonces su mano suave se posicionó sobre mi mejilla y bajó mi
rostro hasta quedar nuevamente frente a sus ojos, sus encantadores ojos, que no
me permitían hacer otra cosa más que admirarlos por siempre. Pude notar un leve
destello de reconocimiento brillar en sus pupilas, mientras recorría mi rostro,
acariciándolo con detención, prestando atención a cada detalle, cada cicatriz,
cada imperfección, cada centímetro. De alguna forma, nos encontrábamos
increíblemente cerca a esas alturas, tanto que nuestras narices casi hacían
contacto. Con su mano libre levanto la mía, posicionando sus dedos sobre los míos,
mirando atónitamente como se entrelazaban con tanta facilidad y firmeza, como
si estuvieran hechos el uno para el otro. Un rayo de luz pareció atravesar sus
ojos en reconocimiento, pues un segundo después, alzó su vista nuevamente,
entonces noté que algo había cambiado en ella.
-
Ian – exclamó, con una voz débil
pero lo suficientemente clara como para notar mi nombre escapar de sus labios –
Ian.
En
ese mismo instante, me rendí. A sus ojos había vuelto aquel amor que inundaba
su mirada cada vez que me miraba,
independiente de si estuviera molesto o feliz, siempre podía notar el amor que
me profesaba escapar de sus pupilas, como si estuviera tan lleno de él que no
pudiera contenerlo. Las lágrimas acudieron a sus ojos, al igual que a los míos,
incrédulo de la situación que se había presentado ante mis ojos. Una estúpida
sonrisa se dibujaba en mis labios, e instantáneamente presione mis labios
contra los suyos.
Había
recuperado a Franco, mi Franco.
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