martes, 10 de julio de 2012

Una lata al costado de un asiento trasero de un tren


Una vez escuché que al viajar, estás dejando una parte de ti atrás. Te embriagan tantas emociones a la vez que apenas puedes respirar. La realidad pierde su efecto gravitatorio, y los sueños y la libertad cobran fuerza, sin embargo es difícil elaborar una sonrisa, al menos para mí. Cada cicatriz vuelve a ese color rojo como si la herida fuera causada nuevamente; siendo que incluso la herida que llevo ahora ha sido creada e infectada con mis propias manos. Es, en verdad, como si amara el dolor. Como si yo fuera el dolor. Irónico. Quizás ya me acostumbré demasiado. Los minutos van pasando lentamente. Los segundos se esparcen en el suelo mientras yo cuento la cantidad de tinta que he derramado en los últimos seis mese. Difícil tarea.

                Y aquí voy otra vez. Esta sería la ¿quinta vez? No puedo contar ya. De vuelta a la casa de mis padres. En verdad, no sé que tanto les preocupa lo que haga o deje de hacer. Si apenas supieron el hijito que se gastaban, no la pensaron dos veces. La familia es lo primero, dijeron; pero al primer problema, cagó la familia. A la calle en dos minutos. Lo único que añoro son aquellos prados verdes, lejos de toda esta mierda de ciudad llena de imbéciles e imbecilidades.  Aquí soy libre, aquí puedo tocar las nubes, y pierdo el control en la forma menos nociva posible.

                Aún desconozco porque me llamaron. Supongo que en un par de horas lo sabré (la culpa, quizás). Ni siquiera tengo ánimo ahora para dormir, no puedo tomar ni fumar mientras dure el viaje. Ni motivación ni distracción tengo para soportar esto. Antes siquiera podía llamarlo. Antes, antes podía hacer tantas cosas. Antes, siempre antes, por la puta. Nunca le he podido apostar a un buen futuro, menos podré ahora. Esto ya va para el año, y ni siquiera borracho he podido olvidarlo. Es entones cuando no le veo el punto a nada en mi vida. Mírame, ni siquiera esta hueá de vicio me aleja de ti. ¡Mierda! ¿Por qué? Desaparece, ¡Ándate”!, ¡Muérete, hueón, muérete!

                ¿Qué hora es? Me tuvieron que dar un sedante, estaba comenzando a gritar como imbécil, repitiendo un solo nombre, un puto solo nombre. ¿Cuál? El tuyo, por supuesto. Aún me duele la cabeza, aunque supongo que eso es un efecto secundario. Vida cruel, vida cruel y miserable. Me da tanta risa y pena, risa y dolor, pena y angustia, dolor y angustia, dolor y pena, risa y angustia. Todo, todo. Ni siquiera llorar puedo. Me siento incómodo, raro. No puedo respirar. Mi cara se mueve por sí sola haciendo muecas extrañas. Mis ojos palpitan y mi corazón se acelera. Miro hacia la ventana y veo el sol incandescente a la lejanía. Las nubes se mueven lentamente y el paisaje vuela, vuela y yo lo alcanzo, lo alcanzo y vuelo…

                Me he despertado casi colgando del asiento, con mucho frío en el brazo izquierdo; levanto mi cabeza lentamente, con un leve dolor en la nuca. Seguro te pegaste, hueón – pienso. Está oscuro y no queda casi nadie en el tren. Mi única compañía a esta hora es un disco de “The Smiths”, el cual se repite una y otra vez. Entonces, comienzo a llorar. Mis manos tiemblan tímidamente, como si temieran que alguien las fuera a ver. Empiezo a susurrar tu nombre cada tres segundos. Luego de unos minutos, temo que mi lado psicótico se empiece a apoderar de mi otra vez, ahora. Me acurruco en la silla para tratar de dormir, aunque por efecto del narcótico, ya sueño no tengo. Desconozco lo que le hice a la vida, pero ella me ha hecho más de lo que puedo soportar.
               

martes, 3 de julio de 2012

There's a duck in the laguna

             
          ¿Cómo pude leer las estrellas tan mal? Esto no hubiera pasado si hubieras estado aquí, de eso estoy seguro. Ya son 4 meses. 4 fucking months. 4 meses y aún siquiera no he podido sino pensar en ti cada puto segundo del día. Seamos amigos dijiste. Pura mierda. Ni tú te tragaste eso. Claro, lo más fácil era terminarlo todo, hasta que llegó ese maricón te quedaste bien calladito. Muy bonito ¿eh? Hermoso. No sabes cuánto, hueón, no sabes cuánto… No tiene caso ya, te fuiste. Te busqué. No piensas volver. Ni siquiera te he visto conectado. Te odio y me da un miedo terrible hablarte. Ni siquiera sé de qué o por que debería hablarte. Ya de por sí, cuando te conocí, tenía problemas, y lo sabías. Lo sabías y eso es lo que más me emputece. Nunca fui el mejor pololo, lo tengo claro. Pero lo intenté. No lo creo que sepas, pero las crisis de personalidad no son lo más maravilloso que le puede pasar a alguien, menos a un tipo de 20 años con problemas de alcohol. No se pasa bien, tú nunca me viste en mis peores momentos. Por la cresta, n siquiera te golpeé alguna vez. No llegaste a ver los cortes que llegué a hacerme a mi casa, furioso porque necesitaba herir a alguien. No, no soy masoquista, pero puta que uno lo necesita.

           Ahora que lo pienso, realmente nunca diste de tu parte por ayudarme, o ayudarnos. No puedo comprar tu amor, tampoco es que quiera intentar. Sabes que estoy lejos de ser lo que tus padres esperaban, y yo el muy estúpido, imbécil, te creó todas esas sonrisitas que aún me hacen retorcer en la noche. Incluso te das la molestia de pasearte de la mano con ese tal Leonardo, a tus anchas. Ni que me importara El viento a estas horas se siente más fresco, más invernal. El pasto, un poco húmedo, es más cómodo que mi cama, y el sol crepuscular es mi abrigo; creo que podría estar aquí por un buen rato.

           A quién quiero engañar. Te extraño, te extraño más que la cresta ¿Por qué te tuviste que ir? Quise serlo todo por ti. Te amo hueón, te amo. Nunca lo entendiste, aunque siempre te lo dije, te lo demostré, estuve solo todo el tiempo. Si mi voz siempre fue como la de un león, ¿Cómo es que permití que la lograra dominar? Quiero gritarlo, tú sabes cómo soy de atarantado. Creo que contigo pase mis mayores momentos de sobriedad. No necesitaba nada más, solo darte lo mejor para que fueras feliz. ¿Recuerdas que te cantaba par que lograras dormir? Solías tomar mi mano y jurarme que siempre estarías conmigo. Ahora me doy cuenta cuánto valen tus promesas…