Una vez escuché
que al viajar, estás dejando una parte de ti atrás. Te embriagan tantas
emociones a la vez que apenas puedes respirar. La realidad pierde su efecto
gravitatorio, y los sueños y la libertad cobran fuerza, sin embargo es difícil elaborar
una sonrisa, al menos para mí. Cada cicatriz vuelve a ese color rojo como si la
herida fuera causada nuevamente; siendo que incluso la herida que llevo ahora
ha sido creada e infectada con mis propias manos. Es, en verdad, como si amara
el dolor. Como si yo fuera el dolor. Irónico. Quizás ya me acostumbré
demasiado. Los minutos van pasando lentamente. Los segundos se esparcen en el
suelo mientras yo cuento la cantidad de tinta que he derramado en los últimos seis
mese. Difícil tarea.
Y
aquí voy otra vez. Esta sería la ¿quinta vez? No puedo contar ya. De vuelta a la
casa de mis padres. En verdad, no sé que tanto les preocupa lo que haga o deje
de hacer. Si apenas supieron el hijito que se gastaban, no la pensaron dos
veces. La familia es lo primero, dijeron; pero al primer problema, cagó la
familia. A la calle en dos minutos. Lo único que añoro son aquellos prados
verdes, lejos de toda esta mierda de ciudad llena de imbéciles e imbecilidades.
Aquí soy libre, aquí puedo tocar las nubes,
y pierdo el control en la forma menos nociva posible.
Aún
desconozco porque me llamaron. Supongo que en un par de horas lo sabré (la
culpa, quizás). Ni siquiera tengo ánimo ahora para dormir, no puedo tomar ni
fumar mientras dure el viaje. Ni motivación ni distracción tengo para soportar
esto. Antes siquiera podía llamarlo. Antes, antes podía hacer tantas cosas.
Antes, siempre antes, por la puta. Nunca le he podido apostar a un buen futuro,
menos podré ahora. Esto ya va para el año, y ni siquiera borracho he podido
olvidarlo. Es entones cuando no le veo el punto a nada en mi vida. Mírame, ni
siquiera esta hueá de vicio me aleja de ti. ¡Mierda! ¿Por qué? Desaparece, ¡Ándate”!,
¡Muérete, hueón, muérete!
¿Qué
hora es? Me tuvieron que dar un sedante, estaba comenzando a gritar como
imbécil, repitiendo un solo nombre, un puto solo nombre. ¿Cuál? El tuyo, por
supuesto. Aún me duele la cabeza, aunque supongo que eso es un efecto
secundario. Vida cruel, vida cruel y miserable. Me da tanta risa y pena, risa y
dolor, pena y angustia, dolor y angustia, dolor y pena, risa y angustia. Todo,
todo. Ni siquiera llorar puedo. Me siento incómodo, raro. No puedo respirar. Mi
cara se mueve por sí sola haciendo muecas extrañas. Mis ojos palpitan y mi
corazón se acelera. Miro hacia la ventana y veo el sol incandescente a la
lejanía. Las nubes se mueven lentamente y el paisaje vuela, vuela y yo lo
alcanzo, lo alcanzo y vuelo…
Me
he despertado casi colgando del asiento, con mucho frío en el brazo izquierdo;
levanto mi cabeza lentamente, con un leve dolor en la nuca. Seguro te pegaste,
hueón – pienso. Está oscuro y no queda casi nadie en el tren. Mi única compañía
a esta hora es un disco de “The Smiths”, el cual se repite una y otra vez.
Entonces, comienzo a llorar. Mis manos tiemblan tímidamente, como si temieran
que alguien las fuera a ver. Empiezo a susurrar tu nombre cada tres segundos.
Luego de unos minutos, temo que mi lado psicótico se empiece a apoderar de mi
otra vez, ahora. Me acurruco en la silla para tratar de dormir, aunque por
efecto del narcótico, ya sueño no tengo. Desconozco lo que le hice a la vida,
pero ella me ha hecho más de lo que puedo soportar.