lunes, 24 de septiembre de 2012

Put Me In A Movie


                Me resulta increíble pensar que todo pasa por una simple taza de chocolate caliente. No lo hubiera imaginado. Aquella mañana me había levantado decidido a escapar de ese lugar que me provocaba claustrofobia, pero nunca cruzó mi mente el encontrar a tan magnífico personaje con quien me tiendo ahora sobre la nada y el todo. Tus ojos, dos maravillas poli cromáticas que combinaban con tu chaqueta gris y esos jeans gastados y apretados que marcaban tu casi anoréxica figura. Iluso, sentado en una solitaria mesa al costado izquierdo de un café literario, divisé tu silueta entrando por el fondo del parque, junto a esa pequeña laguna frente a la cual decidí sentarme. Justamente esa tarde, un grupo de ancianos decidió realizar una competencia de veleros, tal como en Stuart Little, mientras los niños, presurosos y alegres, jugueteaban por los alrededores, en busca de la mejor posición para mirar. Y mientras yo me concentraba en eso, una áspera y profunda voz rompió mi calma, moviendo la silla frente a mí. – Hola – dijo, sonriente - ¿esperas a alguien? Volteé mi cabeza lentamente; le había visto venir, mas no acercarse, por lo que me sobresalté, le miré un par de segundos y contesté instintivamente: No, no, llévate la silla si quieres – y acto seguido, proseguí a girar nuevamente la mirada para ver la competencia, cuando su voz nuevamente irrumpió el silencio. Esta vez rió – Pues… la verdad yo preguntaba para sentarme… contigo. Entonces, mi corazón despego a una velocidad increíble, y mis mejillas se tornaron rojas en un tiempo aún más inverosímil; ¡Vamos! Que un extraño se te acerque tan galante no es algo que pase todos los días. Abrí la boca para responder, pero no pude sino tartamudear un par de silabas, entonces él me miró algo contrariado y dijo: Si es que te molesta, no hace falta que… - No, no es eso – logré articular – Claro que no, por favor, toma… toma asiento.
                El viento seguía soplando levemente, casi susurrando, y los demás caminaban a gusto; no hacía calor ni frío, era perfecto. El sol aún luchaba por mantenerse en lo alto, pero poco a poco comenzó a perder sus fuerzas y caer, caer, caer. El agua se mecía sin ritmo ni compás, mientras las hojas se deslizaban en un vaivén majestuoso, posándose en diferentes caminos, dándole al lugar un toque otoñizo, en plena primavera. Una de las últimas hojas crujientes se lanzó del árbol más cercano y vino a parar en mi cabeza.
                Sin embargo, nada de esto había notado, pues este nuevo desconocido, mientras se disponía a tenderse en la silla, sonrió discretamente, dejándome entrever una latente simpatía. Entonces, al levantar la cabeza, le vi formular una oración, sin reparar en lo que recién había expresado, pues sus ojos me cautivaron. Eran de un marrón normal, y aún así preciosos, había algo en ellos que lo hacían único. Quizás el reflejo del agua, quizás el reflejo de su alma, o quizás el reflejo de su corazón.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Sinceridad


Las sombras quedan y el tiempo continúa su curso a velocidad luz, dejando de lado a todo aquel que crea ganarle en la carrera de la fugacidad. Si fuera tan fácil como hacer un avión de papel, tal vez aún estarías aquí… pero ya no saco nada con culparme, tu presencia aún me acechas, y eso creo que lo tienes bastante claro, sé exactamente también lo que me dirías: Danny, vamos, es solo un proceso, y claro, lo es, pero ¿era necesario que me dejases solo?

Conservo aquellos manuscritos que nos unieron aquella tarde en la biblioteca, y tengo la esperanza de terminarlos, ¿esperanza?, divertida palabra, paradójico es que siga usándola, creo haber renunciado a ella hace un par de semanas, cuando me clavó un invernal cuchillo por la espalda, aquella traicionera sensación en la cual confié mi futuro, y que ahora me ha dejado sin lo más preciado para mí. No puedo, no puedo Ian, no puedo encontrar la razón de porque tuviste que marchar de mi lado, me parece que mal no le hicimos a nadie, pero más que la razón, lo que más me duele fue la forma, cómo se es capaz de arrebatarle algo tan esencial a alguien; mis noches se han vuelto terriblemente solitarias, mucho más de lo que eran antes de conocerte, creo que ahora podrías llegar a comprender cuán bien hiciste en mi vida, pequeño, aunque nunca me cansé de repetírtelo, incluso creo que te agobió tanta responsabilidad, recuerdo que una vez me hiciste saber tu temor a hacer algo que me quisiera alejar de ti, ¡Irónico!, nunca lo quise si no al revés, en estos momentos más que nunca. La razón de mi cariño no podría expresarla ni siquiera Pitágoras, lo que me recuerda cuanto amabas las matemáticas, y tus adorables peleas con la profesora de matemáticas, pero quien te viera con un libro en tus manos, un nuevo universo por explorar, personajes que criticar o identificarte, y citarme tus párrafos favoritos en el parque de Las Tormentas, el primer lugar que presenció nuestras miradas encontrarse en forma inmediata y constante. El pedirte un lápiz no fue sino la excusa para poder mirar más de cerca esos camaleónicos ojos preciosos, de un azul suave en ese momento, que me transfirieron el deseo de volverte a ver, una vez más, fue todo lo que pedí, y mira cuanto logramos construir, pequeño, mira la tierra inmensa a mi alrededor, claro que, de seguro tú tienes un mundo entero ahora, pero te apuesto, bonito, a que no es ni la mitad de hermoso que el que poseo yo.

A días del año nuevo, cuanto desearía que estuvieras aquí, que para Navidad pudiera abrazarte y pensar que todo está bien, que nunca pasó nada, y que aquel disparo no fuera el desencadenante de mi sufrimiento e indiferencia. Tu regalo está guardado en la esquina derecha de tu cuarto, bajo la cama, sin saber que nunca llegará a ser usado, o abierto, o tocado siquiera, y mis lágrimas que caen sin colchón, golpeando la tierra como si quisieran que esta devolviese al causante de su caída. Ian, ¿es todo tan difícil para ti, como lo es para mí? No lo sé, no sé si lograré saberlo, lo desconozco, y ahora me declaro incompetente frente a tantas materias, no me atrevo a asegurar que te conocí tanto como llegué a pensar. Ian, dime por favor, ¿piensas en mí cuando el sol se ha ocultado?