Arriba en el techo los problemas parecían fuera de
alcance. Era increíble lo que un par de audífonos podía lograr; aislamiento.
Podía enfocar mis pensamientos libremente, aunque siempre uno que otro me
torturaba, me sentía a gusto entre tantas ideas. Cuando me deprimía bastante,
me hacían recordar que estaba vivo. Jugaba a derivar todo tipo de situaciones
en mi cabeza, dándoles los finales más inesperados e imposibles que mi mente
era capaz de imaginar, o mi corazón, para ser honestos. Creo que un par de veces
recordé encontrarme al borde del colapso, y me detuve ahí mismo, ahogándome en
penas superficiales por temor a cruzar la línea entre el querer y hacer. Nunca
había atentado contra la integridad de mi piel, pero ahora aquel elemento se
presentaba así, de la nada, sutilmente gritando inténtalo. No quería un tatuaje permanente que me recordara lo
débil que fui en algún momento, o el poco control que tenía sobre mi quebrajada
vida. Salvar mi vida no parecía una opción, y ¿salvarla del qué? De mí,
precisamente.
No era de los que lloraban, por mucha pena que tuviera
encima, mi orgullo jamás permitiría semejante ofensa. Me divertía pensar que no
tenia alma, aunque últimamente el orgullo me ha traicionado más veces de lo que
mi mente me ha engañado. Recientemente me he encontrado rociando mis mejillas
con tristeza ante cualquier evento insignificante: una muerte en una película,
un comercial, o un par de niños jugando en la plaza. ¿Me estoy volviendo viejo?
Muchas veces lo he pensado, o tal vez solo exagero; después de todo, ¿qué puede
saber un hombre que no ha llegado a las 2 décadas de vida? Y sin embargo, la
vida no me parecía tan terrible de llevar; levantarme no era una odisea como lo
solía ser antes, aunque claro está, este último año tampoco fue precisamente
color de rosa. Cambié y crecí en muchos aspectos, pero en otros puedo decir que
sigo siendo el tímido adolescente de 14 años que teme confesar sus
sentimientos. ¿Será por esto que me encuentro aquí, varado ante la nada, con un
enorme desierto a mis ojos, sin un oasis a pronta vista? No me siento
capacitado para responder ninguna de estas preguntas.
No puedo quejarme totalmente de mis días errantes. He
tenido una vida más o menos simple hasta ahora, quizás por el mismo temor a
salir herido; apenas he dado un beso y si así fue, fue por ingenuidad.
Ingenuidad que hasta el día de hoy me ha costado caro. Pero no quiero pensar en
eso ahora. No me animo siquiera a volcar mis cavilaciones sobre un par de
octavas melódicas.
Si alguna vez pensé en quitarme la vida, sinceramente
nunca lo imaginé así. Me había proyectado en los escenarios más terribles;
saliendo de alguna depresión amorosa, o revelándoles a mis padres que no
esperaran prontamente ni nunca alguna señora López, ni menos algún nieto
biológico. Otras veces me gustaba colocarme frente a situaciones cotidianas,
como un accidente de auto, o encontrarme en el momento equivocado, a la hora
equivocada; casi como en las películas. Sin embargo, creo que allá arriba no
serían tan condescendientes conmigo después de una existencia despreciable y
aborrecible. No merecía el drama, eso era para gente importante o buena. Un
día, después de reparar constantemente en este hecho, decidí hacerlo yo. Dicen
que si quieres que algo resulte, debes encargarte tu mismo.
Entonces, comencé a planear y planear. ¿De qué forma
podría desaparecer de este mundo sin dejar huella ni instancia a que me
busquen? Amigos tenía pocos, y siempre pensé en no decirles nada, pues no
parecían comprender mi grado de consternación por todo. Apenas y lo
comentábamos, pero cada uno era demasiado feliz en su camino que arrastrarlos
al mío no parecía justo; el que ya me hayan ofrecido su amistad es una gratitud
enorme que por ratos logra acallar el ruidoso tambor que llevo por dentro.
¿Amor? Renuncié a él tan pronto como me vi envuelto en un torbellino emocional
terrible del que apenas logré salir en una pieza. Y creo que no exagero, tal
vez si me hubieses conocido un par de años atrás verías que no miento.
Irónicamente, la muerte que busco tanto es la que me apartó de la felicidad y
la vida. En algún momento, no recuerdo bien, la idea que podríamos ser amigos
me pareció seductora, tanto que un par de semanas después la gente me diría que
parecía tener el semblante de la muerte en el rostro. Y que podía hacer yo si no sonreír, eso era
lo que quería ¿no?
Discutir las miles de formas en las que pensé en llevar a
cabo mi plan sería tratar de contar la arena del desierto, y a estas alturas no
poseo las fuerzas, o quizás no las quiero poseer.
Pero ahora, nuevamente aquí, sobre el tejado, comenzaba a
reír casi esquizofrénicamente. Le susurraba al viento, y éste parecía
responder. Les pedía compasión a las nubes, y estas tapaban el sol para que yo
pudiera mirar completamente el paisaje. Dejaré a un lado la tinta y trataré de
concentrarme en mi mismo. No dudo ya, tampoco es que tenga la opción. Siento un
contacto frío en la muñeca hacía mi hombro, que me acaricia suavemente. Se toma
su tiempo, como si se detuviera a analizar cada centímetro que recorre, sin
prisa, casi como si mi piel fuera seda. Entonces abro los ojos y puedo verle, a
mi lado, con su cabeza en mi hombro derecho, sonriendo plácidamente. Me apronto
a mover los labios para preguntar, pero con su otra mano me hace callar, me
acaricia la mejilla mientras un escalofrío se apodera de mí. Le sonrío de
vuelta, mi sonrisa llena de amor, mientras noto un par de miradas curiosas en
la calle, que luego se transforman en horror, y logro divisar un par de señoras
alarmadas que digitan rápidamente en sus teléfonos celulares, alertando de un
joven que sangra, aunque no logro distinguir su nombre. El temor me abandonó
hace bastante tiempo, y solo la preocupación me llama a tratar de averiguar de
quien se trata, pero entonces él me toma suavemente y deposita un beso entre mis
helados labios, que toman un color rojo vivo. Entonces, comienza a deslizar su
otra mano sobre mi brazo izquierdo, esta vez más rápido, pero lo
suficientemente detallista como para notar los pequeños temblores que me
provoca su invernal caricia. Al llegar a mi codo, se detiene, mientras el sueño
me invade poco a poco y comienzo a perder noción del tiempo. Él me toma en sus
brazos y me coloca sobre sus piernas, susurrando a mi oído que todo estará
bien, que el daño ya está hecho y él estaba ahí para cuidarme. ¿Daño? Creo
susurrar, pero no estoy seguro. Mis ojos pesan más que de costumbre, y antes de
exhalar noto un tumulto de gente frente a mi casa, con la vista hacia el
balcón, siguiendo el charco de sangre que desciende sobre el jardín recién
plantado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario