Ahí me encontraba yo, nuevamente bajo las cegadoras luces
de la calle, alejándome del concierto que aún podía escuchar, a pesar de
encontrarme a varios metros del recinto. La luna comenzaba a alzarse, digna y
orgullosa, iluminando el cielo con toques plateados. Y yo comenzaba a caminar
por las calles, sin rumbo ni destino, como siempre. No había emoción que esta
vida pudiera ofrecerme, después de algunos eventos desafortunados en mi vida.
Claro, había pasado bastante tiempo ya, pero eso no quiere decir que pudiera
recuperarme totalmente; el primer amor no es algo tan simple de olvidar. Y ya,
nuevamente, me encontraba pensando en aquello, en él. ¿Por qué? Me gusta
torturarme, quizás. Sin embargo, no podía evitar que mi corazón diera unos
pequeños trotes cada vez que su figura aparecía en mi cabeza. Entonces, las
luces y el paisaje se tornaban más borrosos que de costumbre, las siluetas se
volvían más oscuras, y la música ya se comenzaba a perder entre mis
pensamientos. Podía darme cuenta de que las lágrimas, poco a poco se
balanceaban entre mis ojos, empañando mis lentes, inundando mis mejillas,
rodando hacía mi garganta, y hundiéndose en mi fervoroso corazón. Decidí
ponerme los audífonos, y ahogar la tormenta en mi cabeza entre las notas de un
piano que se alzaban conforme continuaba la canción. Los violines se unieron, y
poco más tarde la voz melodiosa de una cantante contralto. Esto no lograba
disminuir mi dolor, pero si me ayudaba a conducirla, manejarla, formarla,
moldearla, incrementarla, y crear una nueva. Una nueva sobre otra,
infinitamente. Una guitarra y una voz masculina luego dirigían mi melancolía.
Las calles se encontraban sobre pobladas, seguramente por alguna festividad que
se celebraba de la cual no estaba consciente, o tal vez sí, pero últimamente el
tiempo no era objeto de mi preocupación.
Los murmullos crecían, y todos caminaban en dirección
opuesta a la mía- creo que una señora intentó convencerme de ir al otro lado-
congregándose en lo que sería la celebración. Me dispuse a observar los rostros
fugaces correr a mí alrededor, algunos con botellas en las manos, y otros con
extraños adornos en la cabeza, y unos números que me tomaron un par de segundos
en descifrar: 2027. Entonces, eso era, la celebración de Año Nuevo.
Hace ya 10 años que no conmemoraba tal fecha; después del
fatídico acontecimiento que tomaría lugar un par de días luego; el 5 de enero
para ser exacto. El 31 de diciembre, Pablo me había propuesto matrimonio,
frente al Times Square, cuando la cuenta regresiva llegaba a 0, y la bola
descendía a su punto máximo. Aun puedo ver su resplandeciente rostro, su mirada
enfocada en la mía, nervioso desde el medio día aquella vez, ignorando mis
constantes preguntas y preocupaciones. Recuerdo que había llegado un par de días
antes, luego de su viaje por Europa, recorriendo los escenarios más importantes
de la región, complaciendo a cientos de fans que ansiaban vibrar con sus
canciones, tanto como yo soñaba con escuchar su voz cada vez que regresaba de
un tour al cual yo no podía asistir. Ya me había acostumbrado a esa rutina, ya
que las veces que él debía partir, yo me embarcaba en algún proyecto que me
mantuviera tan ocupado como para no concentrarme demasiado en su ausencia, que
me perturbaba enormemente. No hace mucho atrás que nuestra relación se vio
expuesta públicamente, luego de constantes presiones por parte del equipo de
producción de Pablo por callar, como por las miles de fans que analizaban sus
encuentros “azarosos” con un extraño que siempre parecía ser el mismo. De
hecho, me parecía increíble, cómico, y algo preocupante, el hecho de que
pudieran notar cada detalle en nuestras citas, nada se les escapaba. Entonces,
Pablo decidió que la mejor manera de poner fin a los rumores era
confirmándolos. Durante su quinto tour mundial, al cual felizmente pude
acompañarle, reveló que tenía una sorpresa especial para su público; yo hasta
ese momento ignoraba sus intenciones. Pablo, en medio del concierto, tomó una
pausa, pidió que le ayudasen a llamar a una persona muy importante para él,
según sus propias palabras, “si no fuera por él, yo no estaría esta noche con
ustedes”; acto seguido, pronunció mi nombre, instándome a subir al escenario.
Perplejo, le obedecí, teniendo que hacerme paso entre la multitud que gritaba
enloquecida, asumiendo que ocurriría el momento que por tanto tiempo habían
estado esperando. Al estar arriba, me tomó de la mano, y me posicionó frente a
él, sentando en algún elemento de utilería que no me tomé el tiempo de mirar.
Me miró firmemente a los ojos, tomó su guitarra y comenzó a cantar la canción
que había estado componiendo con tanto esmero, la cual finalmente resultó
tratarse sobre mí. La multitud, emocionada ante el nuevo tema, y el espectáculo
que se presentaba ante ellos, gritaba eufóricamente, pero en ese entonces, mí
mirada solo podía centrarse en Pablo, mis oídos no escucharon ninguna otra cosa
que su melodiosa voz, cantando las palabras que serían su declaración de amor
pública. Una sonrisa inundaba mi cara, a la vez que mis mejillas se tornaban rojas
de la vergüenza. Al terminar la canción, Pablo me tomó nuevamente de las manos,
me acercó hacia él suavemente, con una mano en mi cintura, inclinó su cabeza, y
me dio el más tierno e inesperado de los besos que alguna vez nos dimos. El
acto me tomo por sorpresa, y antes de cerrar los ojos pude notar por el rabillo
miles de luces encandilantes que seguramente eran las cámaras, registrando ese
momento para siempre. Luego veríamos repetirlo por televisión una y otra vez,
así como en programas o entrevistas a las cuales resultaba invitado,
acompañando a Pablo. La gente parecía loca, querían saberlo todo, cómo nos
conocimos, dónde y desde cuando somos pareja; pero a cada pregunta yo le
reservaba algo de intimidad, así como Pablo, por lo cual podíamos disfrutar de
ciertos momentos que solo nosotros entendíamos, y el resto del mundo moría por
averiguar.
Hacía ya 7 años de eso, y aunque al resto del mundo le
costaba procesar la idea de que un músico tan influyente como Pablo estuviera
fuera del closet tan abiertamente, la felicidad no nos fue esquiva. Hubo
intentos de ataque, homofobia y amenazas, pero daño alguno no fue causado. La
popularidad de Pablo, contrario a lo que su producción pensaba, había
aumentado, y el no paraba de confesar el amor que sentía por mí, así como yo no
me cansaba de agradecer por haber encontrado tal maravilla y tenerla a mi lado.
Sin embargo, la constante intervención de los paparazzi a la cual no me lograba
acostumbrar nos llevó a un par de peleas que yo hubiera querido evitar si hubiera
sido más cauto, pero el negocio era así, y yo me rehusaba a comprender. Pablo
hacía lo imposible por encontrar un equilibrio entre su vida conmigo y con el
público, y cuando parecía dispuesto a dejarlo todo por mí, yo trataba de
hacerle entrar en razón; después de todo, su carrera musical era lo que le daba
de comer. Reflexionando ahora, confieso que me preocupaba más yo de su carrera
que él, pero no por temas de dinero o seguridad, sino porque cada vez que le
veía sobre un escenario, podía notar su pasión y energía fluyendo de manera
increíble, amaba lo que hacía, y eso le hacía destacar también. Aún recuerdo su
primer concierto al cual asistí, ignorando el hecho de que en un par de años me
convertiría en su adoración, tal como él lo era para mí. La primera vez que le
vi noté algo especial en su presencia, de alguna forma el verlo tocar me llenó
de alegría, y un sentimiento inexplicable se apoderaba de mí, lo cual relacioné
al hecho de que lo había pasado increíble, pero en algún momento, cuando
nuestros ojos se encontraron, pude notar un atisbo de algo que no logré
descifrar en primera instancia, pero luego Pablo me revelaría que al verme,
algo le hizo click, y entonces cada vez buscaba la oportunidad de encontrarme
pero sin éxito. Eso, hasta que nuevamente decidí a uno de sus shows un par de
meses posterior al primero, esta vez en Madrid, ya que me encontraba de visita.
Durante las primeras canciones, pude notar en su mirada un atisbo de
nerviosidad y ansiedad, recorriendo la vista sobre el público, como si buscase
algo, o como él me diría después, a mí. Nuestras miradas nuevamente se
encontraron, y yo algo tímido enrojecí, mientras que Pablo se sonreía de oreja
a oreja, volcando la vista hacía donde me encontraba cada 3 segundos,
cerciorándose de que no me fuera a perder en su rango de visión. Al terminar la
canción, lo vi caminar hacia un lado del escenario, hablando con alguien de la
producción seguramente, y luego apuntando en mi dirección. Mi corazón pegó un
salto estruendoso que solo yo pude sentir, y noté mi temperatura bajar
radicalmente, mientras mis manos no podían sudar más. Luego volvió frente al
micrófono, y continuó el espectáculo con una sonrisa brillante y una mirada
esperanzadora. Terminado el show, me disponía a salir, cuando noté que alguien
me tomaba del brazo y me guiaba nuevamente hacia el escenario, y ante la
sorpresa no me pude resistir, hasta llegar al backstage, donde me esperaba
Pablo, con una sonrisa ya más tímida pero una mirada alegre a más no poder.
Hola- me dijo- soy Pablo- y extendió su mano. La estreché firmemente pero con
algo de vergüenza en los ojos. Lo sé- le dije, en tono bromista- eres bastante
famoso por si no lo sabías. Ante esto, rio alegremente, quizás de los nervios y
la expectación, pero la broma pareció aliviar la tensión en el ambiente. ¿Cómo
te llamas?- quiso saber, sin parar de sonreír. Y ahí es donde comenzó todo.
Aquella noche conversamos infinitamente, y de no ser porque tenía varios planes
para el otro día, quizás hubiéramos seguido más tiempo juntos, me dio su número
y me pidió que nos volviéramos a ver, por
favor. Después de eso, lo llamé para cerciorarme de que sí era su número, y
desde entonces comenzamos a salir, hasta que un par de citas y encuentros,
Pablo me pidió ser su novio.
Salir con una estrella de la música tenía sus beneficios,
y contrario a lo que se podría pensar, tuvimos bastante intimidad durante los
primeros años de nuestra relación, hasta que, claro, se comenzó a sospechar de
que Pablo tenía una relación por diversos motivos, y luego vendrían las fotos y
la extraña coincidencia de aquel desconocido
que parecía estar junto a Pablo en casi cualquier lugar donde él estuviese.
Hasta ese entonces no tuve mayores problemas, me había aceptado, asumido y
abierto como gay ante mi familia, y prácticamente ante todo el mundo,
recibiendo tanto amor como odio, pero mi tranquilidad era mi mayor aliada, y ya
a esas alturas podía soportar casi cualquier cosa. Luego de la revelación de
nuestro romance, mi privacidad comenzó a verse afectada, lo cual enfurecía a
Pablo, y yo trataba de calmarle, después de todo, todo en la vida tiene su
precio. Sin embargo, la tensión era notoria y las peleas cada vez más
constantes, llegando a terminar un par de veces, pero la separación no duraba
más de 2 días, pues él era toda mi vida, y los segundos sin él me parecían
interminables y sin sentido, pues ahora Pablo era mi vida, y yo la de él. No
podría expresar con palabras todo lo que este chico era capaz de provocar en
mí.
Justamente, hace 5 años, Pablo y yo estábamos peleados
para la celebración de Año Nuevo. Ese día, me llamó temprano en la mañana,
confesando que se encontraba en New York hace un par de días, ya que detestaba
la idea de celebrar la llegada del nuevo año sin mí, por lo que me imploró
vernos ese día durante la tarde, a lo cual casi instantáneamente dije que si,
ignorando el hecho de que habría millones de personas y paparazzi, pero ya no
podía pasar otro día sin él, pues si no habría de cometer una locura. Nos
reunimos a las 4 para almorzar, comentando lo que habíamos hecho esos días,
solos, y pude notar en Pablo algo de preocupación, excitación y molestia;
entonces le pregunté qué ocurría, pero no quería contarme, pues no quería arruinar la sorpresa. Me abstuve entonces de preguntar
más detalles, pues no quería que peleásemos otra vez. Pasamos el resto de la
tarde juntos, reconciliándonos, y durante la noche llegamos al Time Square,
haciéndonos paso entre la multitud que llenaba el lugar, expectantes del año
que entraba. A pesar del frío, nos las arreglamos para no congelarnos al estar
tan cerca el uno del otro, pero en un instante, Pablo se separó de mí, alegando
que había olvidado algo y debía ir a por ello, dejando mi mano que llamaba la
suya, y con un deje de dolor en mis ojos. Los minutos pasaban y no volvía; ya
casi era media noche y yo me encontraba solo, mirando con preocupación sobre
los rostros que inundaban la plaza, buscando aquel par de ojos azules que
ponían mi corazón a volar. Cuando solo quedaba 1 minuto, sentí unas manos
familiares tomarme por la cintura, dándome vuelta y quedando cara a cara con el
amor de mi vida. Pablo había vuelto, con una sonrisa enorme en los labios.
Cariño – susurró tiernamente – estos últimos
7 años de mi vida han sido los más maravillosos que alguien jamás podría
haberme ofrecido, cada segundo junto a ti me ha hecho el hombre más feliz del
universo, y cada momento vivido ha valido la pena sus altos y bajos. Nunca, ni
en un segundo, me he arrepentido de haberte encontrado en mi camino, y nunca
estuve tan feliz de saber que quería recorrerlo conmigo. Te amo, mucho más que
a mi música, y sabes que no hay algo que no haría por hacerte feliz todos los
días de tu existencia, y creo que lo he cumplido, aunque no siempre – confesó y
una mirada de tristeza inundó por un segundo sus ojos – pero, aquí, ante este
año nuevo que inicio junto a ti, quiero decirte que eres lo más maravilloso que
he tenido y tendré en mi vida. Esa confesión, que aun recuerdo palabra por
palabra hasta el día de hoy, confirmó todo el amor que sentí y siento por él.
No tuve expresión alguna para confesarle que me sentía de la misma forma que
él, pues la emoción me llenó a tal punto que no pude proferir palabra alguna,
algo que Pablo logró captar, pues ante mi reacción –que el consideraría
adorable - solo pudo sonreír inmensamente, besándome como si no hubiera un
mañana. Luego le miraría a los ojos transmitiéndole todo lo que sentía, ante lo
cual el asentía claramente, entendiendo todo lo que tenía que decir sin
necesidad de verbalizarlo. La cuenta regresiva comenzaba a sonar desde el 10, y
noté que Pablo separó su mano nuevamente de mí para meterla en su bolsillo. 9,
le abrió y dejó notar una pequeña caja sobre su mano derecha. 8, miré hacia
abajo, confundido, pensando que sería algún regalo que me trajo desde Europa.
7, tomó mi mano izquierda. 6, me miró a los ojos dulcemente. 5, se arrodilló
ante mí y levantó la vista. 4, abriendo los ojos como platos, la situación
cobró sentido tan repentinamente que casi me desmayé, de no ser por Pablo que
me sujetó firmemente frente a él. 3, abrió la caja. 2, ¿Quisieras casarte
conmigo? 1, levanté a Pablo del suelo y le besé apasionadamente, mientras los
demás gritaban ¡Feliz Año Nuevo! La celebración se desató entonces entre las
calles, pero Pablo y yo teníamos nuestra propia fiesta privada entre los
globos, las serpentinas y el griterío colectivo. Nos separamos un instante para
apreciarnos el uno al otro, sin despegar la vista de los ojos del otro. Un pequeño,
tímido, pero seguro sí se escapó de
mi boca, provocando una de las más grandes sonrisas que le vería formar a Pablo
en su rostro. Un Te Amo en forma de
susurro voló entre nosotros, y nos dejamos llevar en nuestro ritmo propio,
nuestra nueva vida, juntos, juntos para siempre.
El viento comenzaba a soplar levemente, con una brisa
invernal en él, casi recordando la estación en la que nos encontrábamos. Miles
de signos de neón iluminaban con gran intensidad la Gran Manzana, mientras las
bocinas de los autos resonaban por el lugar. Una gran masa conversaba, otros
farfullaban, y la gran mayoría abrazaba a su compañía, esperando que dieran las
12. Los primeros años luego del accidente me era prácticamente imposible pasar
el Año Nuevo fuera de casa, pues era un dolor verdaderamente lacerante.
Encerrado en la comodidad de mi departamento, un poco de música, lágrimas y
pensamientos lograban agotar mi cabeza por el período. Pero luego todo volvía
como por arte de magia, y había noches en las que me era imposible conciliar el
sueño. Tragedia – tragedia.
No sé porque decidí salir esa noche,
seguramente mi mente me jugó una mala pasada, y a la mínima oportunidad me
lanzó al torbellino de tristeza que sería aquella celebración. Las palabras para siempre seguían llenando mi cabeza.
10 años. Esto no podía ser para siempre.
Las últimas palabras de Pablo fueron sé
feliz, y ten presente que yo te amaré para siempre. Durante estos 5 años he
revivido esas palabras en mi cabeza día y noche; pues he sentido todo menos
amor. Nunca creí a Pablo capaz de romper una promesa, pero a estas alturas ya
todo me parecía dudable. ¿Intenté “ser feliz”? Sí, sin muchas ganas, pero la
ausencia de Pablo fue algo que nunca, hasta hoy, he podido superar. Traté de
seguir mi vida tan normal como pude, pero todo el mundo concordaba en que la
vida se había escapado de mis ojos, y actuaba casi como si no tuviera alma.
Luego de escuchar tantas veces lo mismo, comencé a creerlo, aunque tal vez
siempre lo supe, desde que Pablo dejó mi lado por un escenario más grande, uno
en el que nunca envejecería, ni su amor por mí. Pero aquí, en las viejas calles
mortales, la melodía de la vida había perdido su compás, pues mi canción
favorita fue forzada a romperse y no ser tocada nunca más sino en mi cabeza.
¿Qué sentido había? Creo que nunca perdí la razón, pero tal vez eso solo lo
puedo juzgar yo ya que soy el único que tiene acceso a mi corriente de
pensamientos. Tengo recuerdos vagos de pequeños trazos de luz que intentaban
alcanzarme en mi oscuridad, pero ya no dependía de mi el poder alcanzarles,
pues había dejado de pertenecerme a mí mismo. En el momento en que dije sí mi alma y mi corazón se rindieron
ante él, ofreciéndole lo poco y nada que tenían, lo poco y nada que para Pablo
era su mundo entero.
La noticia del accidente de Pablo fue de cobertura
mundial, y muchos me atribuyeron a mí la culpa, alegando que quería quedarme
con su fortuna. Sin embargo, había quedado tan devastado que no tuve fuerzas
para defender mi inocencia. De alguna forma, nunca fue culpado legalmente, y
con el tiempo el mundo aprendería a callar cuando es debido, creo que luego de
una foto mía que comenzó a circular donde la palidez de mi rostro solo era
análoga a la de un muerto- un muerto en vida.
Ahora, nuevamente en las calles de New York, sigo
buscando aquel rostro que hace 10 años me encontró entre la multitud, girándome
frente a él, cara a cara, pidiéndome humildemente el derecho a pasar su vida
entera conmigo y hacerla el objeto de su amor y devoción. Aquí, hace 10 años,
Pablo, el hombre que jamás amé tanto ni dejaré de hacerlo, me pidió ser su
esposo por los años venideros e incluso más; una promesa que ni él ni yo
sabríamos que no podría cumplir… hasta ahora. Pablo – susurro, antes de cerrar
los ojos.
Me despierto rodeado de luces, con un pequeño dolor en la
cabeza, acostado y creo que siendo llevado por alguien. Escucho ruidos a gran
velocidad y… ¿una sirena? Creo que una ambulancia se acerca, tal vez alguien
tuvo un accidente.
Me levanto de la camilla, algo mareado todavía. Son
demasiadas luces, son todas blancas. ¿Cómo es que a nadie más le molestan?
Entonces, siento una mano tomar la mía, que me voltea
suavemente y me toma por la cintura. Me dejo llevar por el movimiento, y quedo
frente a frente con un par de ojos familiares y terriblemente encantadores.
Pablo - susurro nuevamente, con una sorprendente paz
interior que me envuelve totalmente- Pablo, ¿qué haces aquí?
He venido por ti, querido – me dice él, amorosamente,
mientras me mira con orgullo y pasa una mano sobre mi cabeza, revolviendo mis
cabellos, entonces noto que el dolor se ha ido.
¿Por mí? ¿A dónde me llevas? – pregunto, aun aturdido,
pero su presencia no me perturba, me calma, me llena, me eleva.
¿Recuerdas lo que te pedí aquí, exactamente hace 10 años?
Como olvidarlo – contesto suavemente.
Me alegro – dice, con una voz llena de amor y ternura. -
¿Te molestaría si te pregunto otra vez?
Por supuesto que no, cariño
Querido, te amo, mucho más que a mi música, y sabes que
no hay algo que no haría por hacerte feliz todos los días de tu existencia, y
aquí, ante este año nuevo que inicio junto a ti, quiero decirte que eres lo más
maravilloso que he tenido y tendré en mi vida – repitió, tal y como lo hizo 10
años atrás.
Cariño – dice Pablo, nuevamente - ¿Quieres casarte conmigo?
Esta vez, las palabras acuden a mi boca fácilmente, pues
puedo sentir todo el amor que me profesa, y esta vez sé que aquella promesa
podrá volverse realidad.
Sí – contesto tiernamente, con lágrimas en los ojos –
Pablo, nada me haría más feliz que pasar la eternidad contigo, a tu lado, para siempre.
Al proferir estas palabras, la sonrisa de Pablo crece
hasta un límite que jamás había visto, y pareciese como si no pudiera haber
nada más que le hiciera más feliz en ese momento que estar a mi lado, sabiendo
que estaríamos juntos, para siempre.
Ven conmigo – dice, ofreciéndome su mano derecha, y
colocando un pequeño anillo dorado en mi mano izquierda – Tú eres mi vida
ahora.
Comenzamos a caminar juntos, emanando una luz que parece
no extinguirse nunca. Entonces, la escena se vuelve totalmente familiar, me doy
cuenta de que estamos rodeados de miles de personas, algunas gritan y otras
lloran. Hay un tumulto, y entonces recuerdo que alguien debió de sufrir algún
accidente. Me doy vuelta, algo preocupado, queriendo saber si aquella persona
se encuentra bien. Entonces Pablo se aferra más a mi lado, toma mi rostro y me
susurra – no te preocupes, querido, él se encuentra bien. Me atrevería a decir
que jamás estuvo mejor – asevera sonriendo dulcemente. Y entonces comprendo.
Caminar junto a Pablo nunca había resultado tan
placentero, tenía la certeza de que esta vez podríamos amarnos para siempre, y
estaba en lo correcto. Hacía 10 años que no me sentía tan a gusto, tan feliz
que ni me había percatado que estábamos caminando hacia arriba, en dirección al
cielo iluminado por la Luna, con toques plateados, que hacían que las nubes se
despejaran a medida que nos acercábamos a ellas. Y en la tierra, quedaba el
cuerpo de un hombre que no encontró consuelo durante 10 años, 10 larguísimos
años en los cuales no pudo evitar sino amar, amar a aquel que completó su vida
de tal forma que era imposible borrarle de la memoria. Aquel hombre no pudo
encontrar consuelo sino hasta 10 años después, cuando un par de luces borrosas
acabaron con su dolor, guiándole al reencuentro con el amor de su vida. Aquel
hombre nunca había sentido tanta paz. Aquel hombre nunca había sentido tanto
amor. Aquel hombre nunca se había sentido tan feliz de ver un auto acercársele
a toda velocidad, pidiéndole que por favor se alejase pues los frenos no respondían.
Aquel hombre respondió a la advertencia del conductor con una sonrisa. Y un
instante después, despertaba ensordecido por el sonido de las calles de New
York, bajo las cegadoras luces de la calle, alejándose del concierto que aún
podía escuchar, a pesar de encontrarse a varios metros del recinto.
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