viernes, 18 de enero de 2013

Para Siempre...


Ahí me encontraba yo, nuevamente bajo las cegadoras luces de la calle, alejándome del concierto que aún podía escuchar, a pesar de encontrarme a varios metros del recinto. La luna comenzaba a alzarse, digna y orgullosa, iluminando el cielo con toques plateados. Y yo comenzaba a caminar por las calles, sin rumbo ni destino, como siempre. No había emoción que esta vida pudiera ofrecerme, después de algunos eventos desafortunados en mi vida. Claro, había pasado bastante tiempo ya, pero eso no quiere decir que pudiera recuperarme totalmente; el primer amor no es algo tan simple de olvidar. Y ya, nuevamente, me encontraba pensando en aquello, en él. ¿Por qué? Me gusta torturarme, quizás. Sin embargo, no podía evitar que mi corazón diera unos pequeños trotes cada vez que su figura aparecía en mi cabeza. Entonces, las luces y el paisaje se tornaban más borrosos que de costumbre, las siluetas se volvían más oscuras, y la música ya se comenzaba a perder entre mis pensamientos. Podía darme cuenta de que las lágrimas, poco a poco se balanceaban entre mis ojos, empañando mis lentes, inundando mis mejillas, rodando hacía mi garganta, y hundiéndose en mi fervoroso corazón. Decidí ponerme los audífonos, y ahogar la tormenta en mi cabeza entre las notas de un piano que se alzaban conforme continuaba la canción. Los violines se unieron, y poco más tarde la voz melodiosa de una cantante contralto. Esto no lograba disminuir mi dolor, pero si me ayudaba a conducirla, manejarla, formarla, moldearla, incrementarla, y crear una nueva. Una nueva sobre otra, infinitamente. Una guitarra y una voz masculina luego dirigían mi melancolía. Las calles se encontraban sobre pobladas, seguramente por alguna festividad que se celebraba de la cual no estaba consciente, o tal vez sí, pero últimamente el tiempo no era objeto de mi preocupación.
Los murmullos crecían, y todos caminaban en dirección opuesta a la mía- creo que una señora intentó convencerme de ir al otro lado- congregándose en lo que sería la celebración. Me dispuse a observar los rostros fugaces correr a mí alrededor, algunos con botellas en las manos, y otros con extraños adornos en la cabeza, y unos números que me tomaron un par de segundos en descifrar: 2027. Entonces, eso era, la celebración de Año Nuevo.
Hace ya 10 años que no conmemoraba tal fecha; después del fatídico acontecimiento que tomaría lugar un par de días luego; el 5 de enero para ser exacto. El 31 de diciembre, Pablo me había propuesto matrimonio, frente al Times Square, cuando la cuenta regresiva llegaba a 0, y la bola descendía a su punto máximo. Aun puedo ver su resplandeciente rostro, su mirada enfocada en la mía, nervioso desde el medio día aquella vez, ignorando mis constantes preguntas y preocupaciones. Recuerdo que había llegado un par de días antes, luego de su viaje por Europa, recorriendo los escenarios más importantes de la región, complaciendo a cientos de fans que ansiaban vibrar con sus canciones, tanto como yo soñaba con escuchar su voz cada vez que regresaba de un tour al cual yo no podía asistir. Ya me había acostumbrado a esa rutina, ya que las veces que él debía partir, yo me embarcaba en algún proyecto que me mantuviera tan ocupado como para no concentrarme demasiado en su ausencia, que me perturbaba enormemente. No hace mucho atrás que nuestra relación se vio expuesta públicamente, luego de constantes presiones por parte del equipo de producción de Pablo por callar, como por las miles de fans que analizaban sus encuentros “azarosos” con un extraño que siempre parecía ser el mismo. De hecho, me parecía increíble, cómico, y algo preocupante, el hecho de que pudieran notar cada detalle en nuestras citas, nada se les escapaba. Entonces, Pablo decidió que la mejor manera de poner fin a los rumores era confirmándolos. Durante su quinto tour mundial, al cual felizmente pude acompañarle, reveló que tenía una sorpresa especial para su público; yo hasta ese momento ignoraba sus intenciones. Pablo, en medio del concierto, tomó una pausa, pidió que le ayudasen a llamar a una persona muy importante para él, según sus propias palabras, “si no fuera por él, yo no estaría esta noche con ustedes”; acto seguido, pronunció mi nombre, instándome a subir al escenario. Perplejo, le obedecí, teniendo que hacerme paso entre la multitud que gritaba enloquecida, asumiendo que ocurriría el momento que por tanto tiempo habían estado esperando. Al estar arriba, me tomó de la mano, y me posicionó frente a él, sentando en algún elemento de utilería que no me tomé el tiempo de mirar. Me miró firmemente a los ojos, tomó su guitarra y comenzó a cantar la canción que había estado componiendo con tanto esmero, la cual finalmente resultó tratarse sobre mí. La multitud, emocionada ante el nuevo tema, y el espectáculo que se presentaba ante ellos, gritaba eufóricamente, pero en ese entonces, mí mirada solo podía centrarse en Pablo, mis oídos no escucharon ninguna otra cosa que su melodiosa voz, cantando las palabras que serían su declaración de amor pública. Una sonrisa inundaba mi cara, a la vez que mis mejillas se tornaban rojas de la vergüenza. Al terminar la canción, Pablo me tomó nuevamente de las manos, me acercó hacia él suavemente, con una mano en mi cintura, inclinó su cabeza, y me dio el más tierno e inesperado de los besos que alguna vez nos dimos. El acto me tomo por sorpresa, y antes de cerrar los ojos pude notar por el rabillo miles de luces encandilantes que seguramente eran las cámaras, registrando ese momento para siempre. Luego veríamos repetirlo por televisión una y otra vez, así como en programas o entrevistas a las cuales resultaba invitado, acompañando a Pablo. La gente parecía loca, querían saberlo todo, cómo nos conocimos, dónde y desde cuando somos pareja; pero a cada pregunta yo le reservaba algo de intimidad, así como Pablo, por lo cual podíamos disfrutar de ciertos momentos que solo nosotros entendíamos, y el resto del mundo moría por averiguar.
Hacía ya 7 años de eso, y aunque al resto del mundo le costaba procesar la idea de que un músico tan influyente como Pablo estuviera fuera del closet tan abiertamente, la felicidad no nos fue esquiva. Hubo intentos de ataque, homofobia y amenazas, pero daño alguno no fue causado. La popularidad de Pablo, contrario a lo que su producción pensaba, había aumentado, y el no paraba de confesar el amor que sentía por mí, así como yo no me cansaba de agradecer por haber encontrado tal maravilla y tenerla a mi lado. Sin embargo, la constante intervención de los paparazzi a la cual no me lograba acostumbrar nos llevó a un par de peleas que yo hubiera querido evitar si hubiera sido más cauto, pero el negocio era así, y yo me rehusaba a comprender. Pablo hacía lo imposible por encontrar un equilibrio entre su vida conmigo y con el público, y cuando parecía dispuesto a dejarlo todo por mí, yo trataba de hacerle entrar en razón; después de todo, su carrera musical era lo que le daba de comer. Reflexionando ahora, confieso que me preocupaba más yo de su carrera que él, pero no por temas de dinero o seguridad, sino porque cada vez que le veía sobre un escenario, podía notar su pasión y energía fluyendo de manera increíble, amaba lo que hacía, y eso le hacía destacar también. Aún recuerdo su primer concierto al cual asistí, ignorando el hecho de que en un par de años me convertiría en su adoración, tal como él lo era para mí. La primera vez que le vi noté algo especial en su presencia, de alguna forma el verlo tocar me llenó de alegría, y un sentimiento inexplicable se apoderaba de mí, lo cual relacioné al hecho de que lo había pasado increíble, pero en algún momento, cuando nuestros ojos se encontraron, pude notar un atisbo de algo que no logré descifrar en primera instancia, pero luego Pablo me revelaría que al verme, algo le hizo click, y entonces cada vez buscaba la oportunidad de encontrarme pero sin éxito. Eso, hasta que nuevamente decidí a uno de sus shows un par de meses posterior al primero, esta vez en Madrid, ya que me encontraba de visita. Durante las primeras canciones, pude notar en su mirada un atisbo de nerviosidad y ansiedad, recorriendo la vista sobre el público, como si buscase algo, o como él me diría después,  a mí. Nuestras miradas nuevamente se encontraron, y yo algo tímido enrojecí, mientras que Pablo se sonreía de oreja a oreja, volcando la vista hacía donde me encontraba cada 3 segundos, cerciorándose de que no me fuera a perder en su rango de visión. Al terminar la canción, lo vi caminar hacia un lado del escenario, hablando con alguien de la producción seguramente, y luego apuntando en mi dirección. Mi corazón pegó un salto estruendoso que solo yo pude sentir, y noté mi temperatura bajar radicalmente, mientras mis manos no podían sudar más. Luego volvió frente al micrófono, y continuó el espectáculo con una sonrisa brillante y una mirada esperanzadora. Terminado el show, me disponía a salir, cuando noté que alguien me tomaba del brazo y me guiaba nuevamente hacia el escenario, y ante la sorpresa no me pude resistir, hasta llegar al backstage, donde me esperaba Pablo, con una sonrisa ya más tímida pero una mirada alegre a más no poder. Hola- me dijo- soy Pablo- y extendió su mano. La estreché firmemente pero con algo de vergüenza en los ojos. Lo sé- le dije, en tono bromista- eres bastante famoso por si no lo sabías. Ante esto, rio alegremente, quizás de los nervios y la expectación, pero la broma pareció aliviar la tensión en el ambiente. ¿Cómo te llamas?- quiso saber, sin parar de sonreír. Y ahí es donde comenzó todo. Aquella noche conversamos infinitamente, y de no ser porque tenía varios planes para el otro día, quizás hubiéramos seguido más tiempo juntos, me dio su número y me pidió que nos volviéramos a ver, por favor. Después de eso, lo llamé para cerciorarme de que sí era su número, y desde entonces comenzamos a salir, hasta que un par de citas y encuentros, Pablo me pidió ser su novio.
Salir con una estrella de la música tenía sus beneficios, y contrario a lo que se podría pensar, tuvimos bastante intimidad durante los primeros años de nuestra relación, hasta que, claro, se comenzó a sospechar de que Pablo tenía una relación por diversos motivos, y luego vendrían las fotos y la extraña coincidencia de aquel desconocido que parecía estar junto a Pablo en casi cualquier lugar donde él estuviese. Hasta ese entonces no tuve mayores problemas, me había aceptado, asumido y abierto como gay ante mi familia, y prácticamente ante todo el mundo, recibiendo tanto amor como odio, pero mi tranquilidad era mi mayor aliada, y ya a esas alturas podía soportar casi cualquier cosa. Luego de la revelación de nuestro romance, mi privacidad comenzó a verse afectada, lo cual enfurecía a Pablo, y yo trataba de calmarle, después de todo, todo en la vida tiene su precio. Sin embargo, la tensión era notoria y las peleas cada vez más constantes, llegando a terminar un par de veces, pero la separación no duraba más de 2 días, pues él era toda mi vida, y los segundos sin él me parecían interminables y sin sentido, pues ahora Pablo era mi vida, y yo la de él. No podría expresar con palabras todo lo que este chico era capaz de provocar en mí.
Justamente, hace 5 años, Pablo y yo estábamos peleados para la celebración de Año Nuevo. Ese día, me llamó temprano en la mañana, confesando que se encontraba en New York hace un par de días, ya que detestaba la idea de celebrar la llegada del nuevo año sin mí, por lo que me imploró vernos ese día durante la tarde, a lo cual casi instantáneamente dije que si, ignorando el hecho de que habría millones de personas y paparazzi, pero ya no podía pasar otro día sin él, pues si no habría de cometer una locura. Nos reunimos a las 4 para almorzar, comentando lo que habíamos hecho esos días, solos, y pude notar en Pablo algo de preocupación, excitación y molestia; entonces le pregunté qué ocurría, pero no quería contarme, pues no quería arruinar  la sorpresa. Me abstuve entonces de preguntar más detalles, pues no quería que peleásemos otra vez. Pasamos el resto de la tarde juntos, reconciliándonos, y durante la noche llegamos al Time Square, haciéndonos paso entre la multitud que llenaba el lugar, expectantes del año que entraba. A pesar del frío, nos las arreglamos para no congelarnos al estar tan cerca el uno del otro, pero en un instante, Pablo se separó de mí, alegando que había olvidado algo y debía ir a por ello, dejando mi mano que llamaba la suya, y con un deje de dolor en mis ojos. Los minutos pasaban y no volvía; ya casi era media noche y yo me encontraba solo, mirando con preocupación sobre los rostros que inundaban la plaza, buscando aquel par de ojos azules que ponían mi corazón a volar. Cuando solo quedaba 1 minuto, sentí unas manos familiares tomarme por la cintura, dándome vuelta y quedando cara a cara con el amor de mi vida. Pablo había vuelto, con una sonrisa enorme en los labios. Cariño – susurró  tiernamente – estos últimos 7 años de mi vida han sido los más maravillosos que alguien jamás podría haberme ofrecido, cada segundo junto a ti me ha hecho el hombre más feliz del universo, y cada momento vivido ha valido la pena sus altos y bajos. Nunca, ni en un segundo, me he arrepentido de haberte encontrado en mi camino, y nunca estuve tan feliz de saber que quería recorrerlo conmigo. Te amo, mucho más que a mi música, y sabes que no hay algo que no haría por hacerte feliz todos los días de tu existencia, y creo que lo he cumplido, aunque no siempre – confesó y una mirada de tristeza inundó por un segundo sus ojos – pero, aquí, ante este año nuevo que inicio junto a ti, quiero decirte que eres lo más maravilloso que he tenido y tendré en mi vida. Esa confesión, que aun recuerdo palabra por palabra hasta el día de hoy, confirmó todo el amor que sentí y siento por él. No tuve expresión alguna para confesarle que me sentía de la misma forma que él, pues la emoción me llenó a tal punto que no pude proferir palabra alguna, algo que Pablo logró captar, pues ante mi reacción –que el consideraría adorable - solo pudo sonreír inmensamente, besándome como si no hubiera un mañana. Luego le miraría a los ojos transmitiéndole todo lo que sentía, ante lo cual el asentía claramente, entendiendo todo lo que tenía que decir sin necesidad de verbalizarlo. La cuenta regresiva comenzaba a sonar desde el 10, y noté que Pablo separó su mano nuevamente de mí para meterla en su bolsillo. 9, le abrió y dejó notar una pequeña caja sobre su mano derecha. 8, miré hacia abajo, confundido, pensando que sería algún regalo que me trajo desde Europa. 7, tomó mi mano izquierda. 6, me miró a los ojos dulcemente. 5, se arrodilló ante mí y levantó la vista. 4, abriendo los ojos como platos, la situación cobró sentido tan repentinamente que casi me desmayé, de no ser por Pablo que me sujetó firmemente frente a él. 3, abrió la caja. 2, ¿Quisieras casarte conmigo? 1, levanté a Pablo del suelo y le besé apasionadamente, mientras los demás gritaban ¡Feliz Año Nuevo! La celebración se desató entonces entre las calles, pero Pablo y yo teníamos nuestra propia fiesta privada entre los globos, las serpentinas y el griterío colectivo. Nos separamos un instante para apreciarnos el uno al otro, sin despegar la vista de los ojos del otro. Un pequeño, tímido, pero seguro se escapó de mi boca, provocando una de las más grandes sonrisas que le vería formar a Pablo en su rostro. Un Te Amo en forma de susurro voló entre nosotros, y nos dejamos llevar en nuestro ritmo propio, nuestra nueva vida, juntos, juntos para siempre.
El viento comenzaba a soplar levemente, con una brisa invernal en él, casi recordando la estación en la que nos encontrábamos. Miles de signos de neón iluminaban con gran intensidad la Gran Manzana, mientras las bocinas de los autos resonaban por el lugar. Una gran masa conversaba, otros farfullaban, y la gran mayoría abrazaba a su compañía, esperando que dieran las 12. Los primeros años luego del accidente me era prácticamente imposible pasar el Año Nuevo fuera de casa, pues era un dolor verdaderamente lacerante. Encerrado en la comodidad de mi departamento, un poco de música, lágrimas y pensamientos lograban agotar mi cabeza por el período. Pero luego todo volvía como por arte de magia, y había noches en las que me era imposible conciliar el sueño. Tragedia – tragedia.
            No sé porque decidí salir esa noche, seguramente mi mente me jugó una mala pasada, y a la mínima oportunidad me lanzó al torbellino de tristeza que sería aquella celebración. Las palabras para siempre seguían llenando mi cabeza. 10 años. Esto no podía ser para siempre. Las últimas palabras de Pablo fueron sé feliz, y ten presente que yo te amaré para siempre. Durante estos 5 años he revivido esas palabras en mi cabeza día y noche; pues he sentido todo menos amor. Nunca creí a Pablo capaz de romper una promesa, pero a estas alturas ya todo me parecía dudable. ¿Intenté “ser feliz”? Sí, sin muchas ganas, pero la ausencia de Pablo fue algo que nunca, hasta hoy, he podido superar. Traté de seguir mi vida tan normal como pude, pero todo el mundo concordaba en que la vida se había escapado de mis ojos, y actuaba casi como si no tuviera alma. Luego de escuchar tantas veces lo mismo, comencé a creerlo, aunque tal vez siempre lo supe, desde que Pablo dejó mi lado por un escenario más grande, uno en el que nunca envejecería, ni su amor por mí. Pero aquí, en las viejas calles mortales, la melodía de la vida había perdido su compás, pues mi canción favorita fue forzada a romperse y no ser tocada nunca más sino en mi cabeza. ¿Qué sentido había? Creo que nunca perdí la razón, pero tal vez eso solo lo puedo juzgar yo ya que soy el único que tiene acceso a mi corriente de pensamientos. Tengo recuerdos vagos de pequeños trazos de luz que intentaban alcanzarme en mi oscuridad, pero ya no dependía de mi el poder alcanzarles, pues había dejado de pertenecerme a mí mismo. En el momento en que dije mi alma y mi corazón se rindieron ante él, ofreciéndole lo poco y nada que tenían, lo poco y nada que para Pablo era su mundo entero.
La noticia del accidente de Pablo fue de cobertura mundial, y muchos me atribuyeron a mí la culpa, alegando que quería quedarme con su fortuna. Sin embargo, había quedado tan devastado que no tuve fuerzas para defender mi inocencia. De alguna forma, nunca fue culpado legalmente, y con el tiempo el mundo aprendería a callar cuando es debido, creo que luego de una foto mía que comenzó a circular donde la palidez de mi rostro solo era análoga a la de un muerto- un muerto en vida.
Ahora, nuevamente en las calles de New York, sigo buscando aquel rostro que hace 10 años me encontró entre la multitud, girándome frente a él, cara a cara, pidiéndome humildemente el derecho a pasar su vida entera conmigo y hacerla el objeto de su amor y devoción. Aquí, hace 10 años, Pablo, el hombre que jamás amé tanto ni dejaré de hacerlo, me pidió ser su esposo por los años venideros e incluso más; una promesa que ni él ni yo sabríamos que no podría cumplir… hasta ahora. Pablo – susurro, antes de cerrar los ojos.
Me despierto rodeado de luces, con un pequeño dolor en la cabeza, acostado y creo que siendo llevado por alguien. Escucho ruidos a gran velocidad y… ¿una sirena? Creo que una ambulancia se acerca, tal vez alguien tuvo un accidente.
Me levanto de la camilla, algo mareado todavía. Son demasiadas luces, son todas blancas. ¿Cómo es que a nadie más le molestan?
Entonces, siento una mano tomar la mía, que me voltea suavemente y me toma por la cintura. Me dejo llevar por el movimiento, y quedo frente a frente con un par de ojos familiares y terriblemente encantadores.
Pablo - susurro nuevamente, con una sorprendente paz interior que me envuelve totalmente- Pablo, ¿qué haces aquí?
He venido por ti, querido – me dice él, amorosamente, mientras me mira con orgullo y pasa una mano sobre mi cabeza, revolviendo mis cabellos, entonces noto que el dolor se ha ido.
¿Por mí? ¿A dónde me llevas? – pregunto, aun aturdido, pero su presencia no me perturba, me calma, me llena, me eleva.
¿Recuerdas lo que te pedí aquí, exactamente hace 10 años?
Como olvidarlo – contesto suavemente.
Me alegro – dice, con una voz llena de amor y ternura. - ¿Te molestaría si te pregunto otra vez?
Por supuesto que no, cariño
Querido, te amo, mucho más que a mi música, y sabes que no hay algo que no haría por hacerte feliz todos los días de tu existencia, y aquí, ante este año nuevo que inicio junto a ti, quiero decirte que eres lo más maravilloso que he tenido y tendré en mi vida – repitió, tal y como lo hizo 10 años atrás.
Cariño – dice Pablo, nuevamente - ¿Quieres casarte conmigo?
Esta vez, las palabras acuden a mi boca fácilmente, pues puedo sentir todo el amor que me profesa, y esta vez sé que aquella promesa podrá volverse realidad.
Sí – contesto tiernamente, con lágrimas en los ojos – Pablo, nada me haría más feliz que pasar la eternidad contigo, a tu lado, para siempre.
Al proferir estas palabras, la sonrisa de Pablo crece hasta un límite que jamás había visto, y pareciese como si no pudiera haber nada más que le hiciera más feliz en ese momento que estar a mi lado, sabiendo que estaríamos juntos, para siempre.
Ven conmigo – dice, ofreciéndome su mano derecha, y colocando un pequeño anillo dorado en mi mano izquierda – Tú eres mi vida ahora.
Comenzamos a caminar juntos, emanando una luz que parece no extinguirse nunca. Entonces, la escena se vuelve totalmente familiar, me doy cuenta de que estamos rodeados de miles de personas, algunas gritan y otras lloran. Hay un tumulto, y entonces recuerdo que alguien debió de sufrir algún accidente. Me doy vuelta, algo preocupado, queriendo saber si aquella persona se encuentra bien. Entonces Pablo se aferra más a mi lado, toma mi rostro y me susurra – no te preocupes, querido, él se encuentra bien. Me atrevería a decir que jamás estuvo mejor – asevera sonriendo dulcemente. Y entonces comprendo.
Caminar junto a Pablo nunca había resultado tan placentero, tenía la certeza de que esta vez podríamos amarnos para siempre, y estaba en lo correcto. Hacía 10 años que no me sentía tan a gusto, tan feliz que ni me había percatado que estábamos caminando hacia arriba, en dirección al cielo iluminado por la Luna, con toques plateados, que hacían que las nubes se despejaran a medida que nos acercábamos a ellas. Y en la tierra, quedaba el cuerpo de un hombre que no encontró consuelo durante 10 años, 10 larguísimos años en los cuales no pudo evitar sino amar, amar a aquel que completó su vida de tal forma que era imposible borrarle de la memoria. Aquel hombre no pudo encontrar consuelo sino hasta 10 años después, cuando un par de luces borrosas acabaron con su dolor, guiándole al reencuentro con el amor de su vida. Aquel hombre nunca había sentido tanta paz. Aquel hombre nunca había sentido tanto amor. Aquel hombre nunca se había sentido tan feliz de ver un auto acercársele a toda velocidad, pidiéndole que por favor se alejase pues los frenos no respondían. Aquel hombre respondió a la advertencia del conductor con una sonrisa. Y un instante después, despertaba ensordecido por el sonido de las calles de New York, bajo las cegadoras luces de la calle, alejándose del concierto que aún podía escuchar, a pesar de encontrarse a varios metros del recinto.

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